Euskadi Ta Askatasuna (ETA) acaba de cerrar su negocio de manufactura de cadáveres con una gran liquidación de armas y explosivos. Mejor eso que liquidar gente, como era su costumbre; aunque en realidad la empresa había quebrado hace ya tiempo debido a la competencia de las grandes multinacionales del terror, tales que el EI o Al Qaeda. La mundialización de los mercados no excluye siquiera a la industria del crimen. Lo mismo cierra una módica -y honrada- mercería que una tienda dedicada a la fabricación de muerte en Irlanda del Norte o el País Vasco. Aferrados a su viejo lenguaje de cómic de hazañas bélicas, los etarras presentan su cierre como una entrega de pistolas que pondrá fin a la "confrontación armada"; pero esa palabrería antigua no oculta el hecho de que la empresa terrorista se había quedado sin mercado. Hasta el negocio de la goma dos está sujeto a la ley de la oferta y la demanda. Actividades atípicas que antaño eran de alcance local, como el narcotráfico o el terrorismo, han perdido pie por la globalización. Las pequeñas -si bien letales- empresas domésticas del tipo del IRA o la ETA no pudieron resistir el empuje de las mucho más eficaces multinacionales del terror que, en general, invocan el nombre de Alá en vano. Cuesta mucho defender el tiro en la nuca como método de acción política cuando la competencia revienta trenes, estrella aviones contra edificios, atropella gente en los paseos y practica la matanza a escala industrial. Los pistoleros de la ETA, como los del IRA, formaban parte de la plantilla de ese grupo de pymes del terror que empezaron a declinar con los atentados del 11-S en EE UU. A diferencia del terrorismo local, las nuevas multinacionales de patente yihadista disponen de empleados suficientes para abrir tiendas en todo el mundo. Cuentan además con personal adicto al suicidio que no duda en sacrificarse si con ello se llevan por delante al mayor número posible de infieles. Y su capacidad para establecer franquicias en cualquier lugar del planeta les proporciona una agresividad comercial en el ramo del asesinato con la que difícilmente pueden competir las modestas empresas del crimen local. A los etarras la voladura de los trenes del 11-M les puso muy difícil condenar la violencia "indiscriminada" de la competencia en Atocha y justificar a la vez la de sus propios asesinos que, entre otras hazañas, causaron la masacre de Hipercor en Barcelona. La irrupción de grandes marcas como Al Qaeda e ISIS ha dejado en muy desairada posición a las demás bandas que, a escala doméstica, venían recurriendo a los mismos métodos homicidas para obtener sus objetivos políticos. Unos apelan a Dios y otros lo hacían a la Patria: palabras mayúsculas muy útiles para perpetrar sus mayúsculas fechorías; pero ese es un detalle irrelevante. Importa más desde un punto de vista comercial el hecho de que las nuevas transnacionales del terror se hayan acogido a la mundialización de los mercados. Igual eso explica la liquidación de la marca ETA por falta de clientela suficiente. Nadie la va a echar de menos.