Legalizaron al Partido Comunista de España hace poco más de cuarenta años, un sábado de gloria. Cuando se produjo el feliz acontecimiento, en la isla canaria de la Palma, la mayoría de los miembros del PCE se reunieron para ver cómo se repartían las tierras, cómo se acababa con la propiedad privada; en fin, cómo se implantaba de una vez por todas el régimen comunista tan anhelado. Se da la circunstancia, además, que de la Palma era José Díaz, el primer secretario general del PCE. Realizadas las correspondientes llamadas telefónicas a Madrid, constataron que no había nada que implantar, mucho menos una revolución, sino aceptar la democracia, la bandera con el aguilucho y la monarquía, y presentarse a las inminentes elecciones generales, de las cuales también se cumplirán cuarenta años, el 15 de junio. Todo esto me lo recordaba hace unos días, un amigo reciente de Las Palmas de Gran Canaria, que sabe mucho de estas cosas y de otras de la historia y de la Historia que ya tendré ocasión de relatar. Cuarenta años, por tanto, de muchas cosas, aunque todo parezca que fue ayer. Incluso veinticinco, que son menos, de la Exposición universal celebrada en Sevilla, y de las Olimpiadas en Barcelona. Respecto al evento sevillano, parece que hay un comité de celebración del cuarto de siglo. De Barcelona, nada se sabe todavía: alguna que otra nostalgia por lo que fueron y fuimos, más de un recuerdo grato para los que tuvimos ocasión de participar en su organización, y un gesto de sorpresa y estupefacción al evocar lo que se sintió entonces y lo que se siente ahora. No se trata de una nación u otra, de unionismos o separatismos, se trata de orgullo de pertenencia a un equipo ¿Cuál era aquel equipo? Pues el de un señor con bigotes, nieto de poeta, portador de ilusiones, ilusionado él, ilusionantes y a veces desproporcionadas sus cosas, pero bella su gabardina y sus saltos. Pasqual Maragall fue más que un alcalde, más que un político, fue un gran geógrafo: puso a Barcelona en el mapamundi. Que alguien hoy supere eso, o proponga retos semejantes, de la ciudad hacia el mundo, y con retorno. La cosa, el asunto, el tema, como dicen los ocupados, va ahora de otro palo que se llama ombligo.