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Francia, Europa

Europa no puede permitirse nuevos errores. Gracias a la actuación de Mario Draghi al frente del BCE, la Unión logró ganar el tiempo necesario para intentar consolidar el euro. La recapitalización del sistema financiero ha sido más lenta de lo previsto, en parte por la timidez y la excesiva ortodoxia de las autoridades alemanas. Sin duda, la Europa política tiene todavía mucho de ficción y depende con excesiva frecuencia del voluntarismo de sus dirigentes. Hay un banco central y una moneda única compartida por la mayoría de los países, aunque los intereses políticos nacionales siguen pesando más que el objetivo de unos futuros Estados Unidos de Europa. Quizás lleguemos a verlos algún día, quizás no. Pero el camino se hace con pequeños pasos y, sobre todo, reaccionando con inteligencia y firme voluntad a las crisis.

Y, durante los últimos tres lustros del proyecto comunitario -al menos, desde la puesta en circulación de la moneda única- los errores ha sido continuos: del mal diseño inicial del euro a la lentitud en la respuesta a la crisis financiera que estalló en 2007-2008; de la incertidumbre sobre la suficiencia fiscal de los países del sur al shock político -todavía no resuelto- que ha supuesto la decisión británica de abandonar la Unión. Esta ristra de errores ha acabado por debilitar la posición europea en el contexto internacional y por minar la confianza de los ciudadanos en sus propias instituciones. El momento populista tiene mucho que ver con esta falta de credibilidad.

Los peores años de la economía europea parecen ya una cuestión del pasado, pero los riesgos responden ahora al nombre de la política. Y los riesgos son elevados. Primero España y Holanda, cuyos respectivos balones se salvaron en el último minuto del partido, a pesar de las encuestas. Desde entonces, el epicentro de la preocupación se ha desplazado hacia Francia, que celebra la primera vuelta de sus presidenciales este domingo.

El temor europeo se concreta hoy en dos nombres: Marine Le Pen y Jean Luc Mélenchon, la extrema derecha y el populismo de la izquierda radical. El peor de los escenarios posibles sería la victoria en primera vuelta de los dos candidatos antisistema, que pondría al pueblo francés ante una disyuntiva realmente endemoniada. Entre los dos extremos no queda margen para el voto útil, ni siquiera con las famosas pinzas en la nariz con que se votó en su día a Jacques Chirac. Sin duda, la falta de carisma de los restantes aspirantes -Emmanuel Macron o el diseño fallido de unas élites burocráticas; el conservador François Fillon, acusado de nepotismo familiar- beneficia a los populismos. Es un mal que, por desgracia, empieza a hacerse endémico en Europa.

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