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No sabemos nada

Muy poca gente sabe que Enrique Lores -un ingeniero industrial por la Universidad Politécnica de Valencia, valenciano y veraneante en La Marina- es el presidente global de HP, la quinta compañía tecnológica del mundo. Allí en Silicon Valley intentan ahora -entre otras cosas- perfeccionar la impresión 3D para crear lavadoras, cráneos, fémures o componentes de aviones. Ahora lo ha contratado la Nasa para que la agencia logre imprimir sorteando la ingravidez, allá arriba. Dice que aún «no saben» cómo lo harán. Al escucharlo hace un par de días me recordó a otra persona que no se avergüenza de «no saber». Se trata de Josep Terradellas, el del famoso espetec. Fabrica todo el fuet que nos comemos y empezó de porquero pero «no sabe si es feliz». Los mejores no lo saben todo. Oreo o Coca Cola incrementaron sus ventas al hacer envoltorios personalizados, pero no saben por qué ocurre. Eso reconforta.

Sabihondos. La España de Ferreras está llena de verdades absolutas, de gente que «tot ho sap». Pero por ejemplo, no sabemos si es bueno o malo que los partidos exhiban sus disputas internas. Deberían convencerse de que la discordancia es interesante porque de la fisión surge la energía. Sin embargo las organizaciones tienen urticaria a mostrar la competencia interna. El PSOE la muestra ya abiertamente -a su pesar- , Podemos es un galimatías constante y ahora es el PPCV quien ve resquebrajarse su comunión finisecular. Pero a ver ¿qué esperaban? ¿Cómo no va a existir concurrencia de liderazgos en un partido tan grande y con tanta mala vida?

Betoret y Contelles. A los dos rivales que pugnan por el control del PP valenciano no les separan las ideas, sino la legítima ambición. La cosmovisión popular es tan hegemónico-difusa que sus líderes no enfrentan conceptos sino estandartes. Hasta ahora funcionaba la tradición de la cooptación: con suavidad vasilínica quien lideraba el PP regional elegía a alguien de su cuerda para el provincial. Sin embargo ahora fallan algunos resortes en el modus operandi habitual. En clave geográfica, València pretende cantonalizarse frente a la presidenta regional Bonig. En la vertiente familiar, todo el magma post Barberá se arremolina junto a Vicente Betoret. Y por el contrario el rusismo mete viento en la vela de Contelles a modo de vendetta, lo que viene siendo un «kiss & read» de Rus. Así, ni el genovense Maillo ni nadie tienen mano para impedir el rifirrafe. ¿Es malo de suyo? No lo sabemos.

La reputación. No es la democracia interna y la competencia visible lo que dificulta que el PP pueda normalizar su vida sino cosas como las del madrileño Ignacio González, que le impiden superar el estigma de la corrupción. Sin embargo sucede que con un PSOE entretenido en su laberinto y con la oposición cómica de Podemos no es previsible que el menoscabo reputacional del PP se traslade a las urnas. Otra cosa que no sabemos: ignoramos por qué pese a todo el PP sigue ganando elecciones. Así que la oposición pretende conquistar por vías espurias lo que no consigue por sistemas convencionales.

Demagogia. Una de las fatales consecuencias de la corrupción y de sus derivadas en el relato social es la banalización del discurso político y la demagogia, y de ahí a la indiferencia, al populismo y al fascismo, como bien recoge Peter Mair en «Gobernando el vacío». El marketing político, en la versión que manejan los nuevos estrategas, es cada vez más reaccionario. Así, la némesis del particular running de Mariano, es el autobús de Pablo, las camisetas oltrianas, los zombies de Mulet, el tuit de Espinar, etc.

Tonterías. Los polílticos parecen saber cada vez menos sobre los ciudadanos y por eso hacen bobadas. La boutade es una intervención pretendidamente ingeniosa destinada por lo común a impresionar. Si la amplificas por las redes sociales consigues un meme de la misma política. La tontería está hoy en la calle y sobre ruedas. Porque la calle siempre ha sido deseada. La calle, la tapaba Pablo Guerrero o Celaya: «a la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo». Luego fue «la calle es mía», que dicen que dijo Fraga aunque nadie lo sabe a ciencia cierta. Y yo creo que a la calle se baja cuando no se sabe qué más hacer.

El Tramabús. El autobús de Pablo Iglesias es la última ocurrencia y recuerda al helicóptero de Tulipán o el señor aquel de Colón. Puro marketing para usurpar espacio en la ciudad. Y es que los políticos creen saber que las batallas se ganan en la ciudad. Será porque en la calle se hacen las conquistas, se satisfacen las necesidades humanas, nos reconocemos en nuestras imperfecciones y luchamos por mejorarlas. La calle es, en último término, el espacio donde se resume el axioma político de conquistar para mejorar. Aunque tampoco sabemos si es el mejor método.

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