Esta sección se llama Nuestro mundo es el mundo. Con este enfoque el gran asunto de la semana no es la corrupción en el Canal de Isabel II y en el PP de Madrid -que son relevantes- sino la primera vuelta de las elecciones francesas de mañana porque su resultado incidirá mucho en Europa. Y el euro es clave para nuestro futuro económico y político.

Ahora, el peligro ya no es el Frente Nacional de Marine Le Pen que, aunque pase a la segunda vuelta, tiene pocas opciones de ganar en la final del 7 de mayo. En los últimos días, los que hasta ahora eran los dos candidatos destacados -Marine Le Pen y el centrista, europeísta y sin partido Emmanuel Macron- aunque siguen favoritos, han perdido algo de fuerza. Ahora hay cuatro que pueden pasar a la segunda vuelta: Macron; Le Pen; François Fillon, el candidato de la derecha que sube algo a costa de Le Pen; y Jean Luc Mélenchon, un antiguo socialista que encabeza una candidatura de extrema izquierda y que ha dado la campanada al subir un 7 % el último mes, básicamente a costa de Benoit Hamon, el candidato socialista que ganó a Manuel Valls las primarias, que se desploma.

La diferencia entre los cuatro es pequeña y como hay aún un 28 % de indecisos todo puede pasar. Y el peligro es que los contendientes de la segunda vuelta sean la candidata de extrema derecha y el de la extrema izquierda. Ambos propugnan un gran aumento del gasto público y social, sin explicación razonable del necesario aumento de ingresos para no caer en un gran déficit y -lo más fundamental- amenazan con abandonar el euro, al que acusan de frenar el crecimiento de Francia, e incluso la UE. Aunque últimamente ambos han suavizado algo esta posición. Al nacionalismo galo le encanta sublevarse contra Bruselas, pero a la mayoría de franceses les da miedo salir del euro.

Y ante el temor de que la segunda vuelta sea un match Le Pen-Melenchon, el nerviosismo se ha disparado. El conservador Le Figaro ha titulado: «El estúpido programa del Chávez francés», asegurando que una Francia arruinada por Mélenchon (propugna un impuesto del 100 % para los ingresos superiores a 400.000 euros) se vería forzada a importar el vino y el queso, los dos orgullos del savoir-vivre del país.

Más seriamente, el presidente de la patronal, Albert Gattaz, sostiene que entre Mélenchon y Le Pen los franceses deberían optar entre el desastre económico y el caos. El peligro sería que hubiera que elegir entre dos candidatos histórica e ideológicamente contrarios pero con un programa similar. La gran diferencia es el demagógico discurso de repulsa a los inmigrantes del Frente Nacional.

El escenario es bastante más incierto que el dado por seguro hasta hace quince días -todavía el más probable- de una segunda vuelta entre Macron y Le Pen en la que el europeísta ganaría con comodidad (61 a 39 % según Le Monde). ¿Puede quedar Macron eliminado? Es poco probable porque es el candidato al que más franceses dicen que querrían de presidente: 22 % frente al 18 % de Le Pen, el 17 % de Fillon y el 16 % de Mélenchon. Pero es posible por los indecisos y porque Macron precisa del voto de muchos electores de izquierdas y de derechas, cosa siempre difícil en Francia. Y porque con Trump y con el brexit pasó lo que nadie creía posible.

Si la segunda vuelta se decide entre Marine Le Pen y Mélenchon se abrirá, en Francia y en Europa, un período de gran incertidumbre que puede tener graves consecuencias. Pero es difícil que finalmente la catástrofe tenga lugar. Tras las presidenciales, los franceses tendrán que elegir a los 588 diputados de su Asamblea Nacional y parece imposible que en esta tercera vuelta Marine Le Pen o Mélenchon puedan tener una mayoría sólida con la que aplicar su programa.

Pero en toda Europa la incertidumbre aumentaría y se ennegrecería su futuro económico, su equilibrio político (Alemania celebra elecciones en otoño) y su papel en el mundo.

El PP, cercado por los casos de corrupción

En todo Occidente los electorados dan síntomas de desconfianza. En España, las cosas parecen menos dramáticas porque tras dos elecciones sucesivas el PP y el PSOE siguen siendo los dos grandes partidos. Sin embargo, los ciudadanos mereceríamos algo mejor. El PSOE mostró su crisis existencial en octubre cuando la defenestración de Pedro Sánchez. Y lo peor es que, seis meses después, su situación interna sigue igual. El miércoles, los tres candidatos a las primarias coincidieron en el acto de homenaje a la desaparecida Carme Chacón en Barcelona y no fueron capaces ni de saludarse. No es la forma de generar confianza en su capacidad política.

El PP ganó (mal) las dos elecciones, supo aguantar, Mariano Rajoy fue investido y ha sabido lograr pactos. Pero cuando necesita gobernar sin mayoría se encuentra lastrado por un alud -al parecer interminable- de casos de corrupción. Rajoy se fue de Semana Santa teniendo que admitir la dimisión de Pedro Antonio Sánchez, con dos investigaciones judiciales abiertas, como presidente de Murcia. Y al volver, y con esa crisis todavía no cerrada, se enfrenta a dos delicados asuntos. En uno -la Gürtel- ha sido citado a declarar como testigo por un caso que Rajoy, cuando gobernaba Zapatero, dijo que era un montaje contra el PP. Años después, es el propio Rajoy el que, forzado por los jueces, tendrá que declarar, aunque su aguerrido portavoz parlamentario, Rafael Hernando, insiste en que todo es una maniobra socialista.

En el segundo, el juez Eloy Velasco ha ordenado la detención de Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid y sucesor de Esperanza Aguirre, y diez personas más por una trama para saquear el Canal de Isabel II, una empresa pública encargada del suministro de agua a Madrid. Y parece que el fiscal Manuel Moix -nuevo jefe de Anticorrupción- ha intentado frenar alguna diligencia.

El presidente ha reaccionado mejor que Rafael Hernando diciendo que su declaración es un trámite normal. Vale, pero la pregunta es si un partido, que parece más cercado por la corrupción que una península por el mar, tiene los atributos suficientes para gobernar un país con un alto grado de conflictividad política, económica y territorial. La triste conclusión es que el PP tampoco sabe abordar con resolución sus problemas. Y lo más preocupante es que no hay ningún otro partido con la fuerza y la solvencia convenientes para relevar al PP o al PSOE en sus funciones de gobierno y oposición.