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La sabrosa polarización

Mariano Rajoy afirma que irá encantado a declarar ante el juez. Por el momento se aplica la estrategia del no pasa nada, aunque está preparada ya la el recurso de la victimización compulsiva, adelantada por Esperanza Aguirre - es curiosísimo que política tan mediocre y falsaria fuera en día considerada por algunos una figura con futuro - llorando al pensar que su discípulo y expresidente de la Comunidad de Madrid pudiera ser inocente. Por supuesto, uno no llora jamás porque alguien pueda ser inocente. Leo por ahí que todo está bajo control -- lo cuentan eximias plumas de la Villa y Corte - y que no se convocarán elecciones anticipadas por la situación en Cataluña. Quizás tengan razón. Pero basta con que en las actividades judiciales y policiales de las próximas semanas salten sorpresas inesperadas o que el Honorable Puigdemont disuelva el Parlament para que la situación cambie drásticamente.

Para que los gusanos de la corrupción sobrevivan a cualquier retórica, para que el verdadero rostro de una derecha revolcada sin ensuciarse las corbatas en un pudridero se imponga sobre la desmemoria y la propaganda gubernamental y sus medios afines, sería imprescindible una oposición parlamentaria dedicada con brío, lucidez y sentido de la oportunidad a articular un relato - y un diagnóstico -sobre lo que está ocurriendo. Pero esa oposición parlamentaria implacable y al tiempo rigurosa no existe. El PSOE solo existe como espectáculo de boxeo. Y no se le pida ni inteligencia política ni rigor analítico a Podemos e Izquierda Unida. Ayer insistieron de nuevo en la indigna y peligrosa majadería del fraude electoral en las últimas elecciones generales. Nadie recuerda, y menos que nadie Alberto Garzón, que un equipo de más de 200 cuadros y militantes de Podemos analizó pormenorizadamente, mesa por mesa, los resultados electorales, y concluyeron en su informe que no se había producido fraude alguno. La corrupción del PP se transforma así en una palanca propagandística para deslegitimar el régimen constitucional y la propia democracia parlamentaria. El precio de esta irresponsable bellaquería puede ser muy alto, pero Garzón y sus compañeros de viaje parecen dispuestos a pagarlo. El intento de polarizar el mapa electoral español sin duda puede beneficiar a la confluencia de Podemos e Izquierda Unida, pero supone, sobre todo, una garantía de que la mayoría de los votos céntricos, centristas y centrados - y en el caladero del centro político e ideológico se juegan las mayorías - terminará recalando en el Partido Popular. No, no cabe esperanza racional de regeneración democrática. El PP es alérgico a cualquier reforma sustancial interna o externa. La izquierda no quiere reformas, sino contemplar el hundimiento político e institucional y, como cabría de esperar, aprovechar el infierno para asaltar los cielos, o lo que es lo mismo, el Boletín Oficial del Estado.

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