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Lula, el limpiabotas mágico

Brasil tiene dos reyes en su historia: O Rei Pelé, el mago del balón, y Lula, el limpiabotas mágico, el defensor de los trabajadores que puso a comer tres veces al día a sus compatriotas cuando llegó a la Presidencia, allá por 2003. En sus años en el poder, Lula sacó de la pobreza más severa a 30 millones de brasileños, pero también se dejó tentar por la erótica del dinero, como va sabiéndose gracias a las revelaciones de dos gigantescos casos de corrupción, cuyos tentáculos se enredan: el de la petrolera estatal Petrobras y el de la constructora Odebrecht, que ya mancha nombres de políticos por toda Latinoamérica: Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Juan Manuel Santos, Felipe Calderón€

Pese a todo, Lula sigue siendo el político más popular de su país y amaga con presentarse a las elecciones de 2018. Y salvo la justicia, nada podrá impedírselo, porque, para entonces, quizá no haya en Brasil un cargo electo que no esté incurso en un proceso por corrupción. Una muestra: cien nuevas imputaciones de políticos aforados cayeron la semana pasada, a raíz de las delaciones de 78 exdirectivos de Odebrecht, y entre ellas figuran las de ocho ministros del gabinete del actual presidente, Michel Temer, que libra porque lo que se investiga ocurrió antes del comienzo de su mandato.

También son sospechosos doce de los veintisiete gobernadores del país y los cinco expresidentes que están vivos, entre ellos Lula y su pupila, Dilma Rousseff, destituida el año pasado por irregularidades contables en los presupuestos de dos ejercicios.

Se calcula que Odebrecht pagó más de 3.000 millones en sobornos entre 2006 y 2014, y se teme que en Brasil no haya habido una sola campaña electoral sin su caja B. ¿Cómo encaja eso con el limpiabotas mágico que convirtió a su país en la meca de la inversión internacional y lo sacó del pozo de la exclusión? Pues asumiendo que una cosa y la otra van de la mano. Entra el dinero, se lo pone a circular para beneficio de todos y una parte de esa energía se pierde, se despilfarra, se mete solita en el bolsillo de alguien. Es el desorden (injusto) inherente a la tarea de imponer un orden justo. Es decir, una democracia. Que no es el sistema perfecto, sino el menos imperfecto de los sistemas. Y que actúe la justicia.

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