Hubo un tiempo donde un apretón de manos bastaba para sellar un pacto. Y si se daba la palabra, se cumplía. Era cuestión de honor. Ahora, ni una firma estampada en un papel es capaz de aguantar lo comprometido. Hubo también una política, una buena, que no es que se ejerciera de manera distinta, pero la hacían personas con principios. Y por eso los acuerdos eran de obligado cumplimiento. Y nos iba mejor.

Los cinco partidos con representación en las Corts -PP, PSPV, Compromís, Ciudadanos y Podemos- rechazaron el pasado 5 de abril el proyecto de ley de los Presupuestos Generales del Estado. Lo hicieron con la firma de sus síndics, en una declaración institucional que expresaba la repulsa hacia las cuentas estatales. Había causa: la inversión del Estado ha caído un 33 % en la Comunitat Valenciana, lo que coloca a esta autonomía en la que menos inversión recibe por habitante.

Por ello, los grupos, todos sin excepción, acordaron convocar a los 33 diputados y senadores con escaño en Madrid hoy, 25 de abril, a un acto reivindicativo. La fecha no está exenta de simbolismo. Se celebra el día de las Corts, pero retrotrae también a la desfeta de Almansa con la derrota de las tropas austracistas y la caída del antiguo Reino de Valencia y la consiguiente abolición de los Furs a manos del primer Borbón, Felipe V. Es día de movilización del nacionalismo valenciano. No puede haber otro día.

Esta semana pasada PP y Ciudadanos han reculado y darán la espalda al acto con excusas peregrinas. Pero la firma y el acuerdo sobre papel, en sede democrática, siguen recordando el incumplimiento. Y eso es algo que la moral de la ciudadanía se ve obligada a presenciar una vez más. La tarea política vuelve a enlodarse. Y por su máxima importancia debería ser tan ejemplar como irreprochable. A nadie se nos perdona una firma en un papel. Los acuerdos están para cumplirse, como la palabra que damos. Es cuestión de confianza. Esa que nos piden cuando reclaman el voto. ¿Cómo si no podrán garantizar el cumplimiento de un programa o de un gobierno honrado? ¿Cómo poder creer en su palabra?

No se trata de marear con discursos sobre el conflicto lingüístico, las aulas concertadas o las imaginarias bondades presupuestarias estatales para así evitar dar las necesarias explicaciones sobre corrupción, que no son casos aislados, sino más bien un rosario de causas que retratan toda una época de laxitud y desgobierno, y no, no se cierra pidiendo perdón. Se hace con denuncias en los juzgados y devolviendo el dinero público a sus cajones. Y a esta comunidad le falta mucho dinero. Y hay que quererla más, cuando es donde menos se invierte desde el Estado por habitante, y no defendiendo lo contrario. Porque el futuro de esta tierra también es el suyo, y hay que decir eso en Madrid cuando vayan con los votos valencianos. De eso va el pacto institucional de hoy. Y lo grave de darle la espalda.

La expresidenta Esperanza Aguirre se lamentaba estos días de que le hubieran salido rana algunas personas promocionadas por ella misma en política, después de conocer su implicación en varias causas de corrupción. Y ahí, no le quito razón. Pero hay mucho político que debería dedicar su empeño y esfuerzo a otras causas que no a la tarea de la gestión pública, porque no se desprestigian solas las instituciones, ni tampoco este oficio, lo hace quien lo ejerce con malos hábitos, con modales soberanos, con vicios equivocados que terminan por empañar lo que era algo noble. Hay que estar loco de humanidad para no acabar en la charca, como les está pasando a muchos.