A Boabdil, rey moro de Granada, le reprochaba su madre la sultana que llorase como mujer lo que no había sabido defender como hombre. Se da por sentado que las damas son más propensas a la lágrima que los caballeros, razón por la cual no ha llamado la atención que Esperanza Aguirre hiciese algunos pucheros el otro día ante los micrófonos. Estaba muy decepcionada, al parecer, con su antiguo hombre de confianza y reciente enrejado Ignacio González: y de ahí el amago de llanto. Esto demuestra palmariamente dos cosas. La primera es que, como sostenía el culebrón, los ricos también lloran. La segunda, que incluso las lideresas de rompe y rasga tienen su corazoncito. Y sus glándulas lacrimales, claro está. Se nota también que la expresidenta de la Comunidad de Madrid no tiene gran ojo para elegir a sus colaboradores, aunque - paradójicamente- fuese fichada al salir del cargo por una empresa de cazatalentos. Dos de los secretarios generales que nombró andan en tratos no deseados con la Justicia para responder de apaños de corrupción que se les intuyen. En Madrid, el rompeolas de las Españas, han estado batiendo casi todos los oleajes de la corrupción: desde el caso Púnica al de la Gürtel, hasta desembocar en las aguas del Canal de Isabel II. Es como si la capital quisiera resumir en su centro la costumbre de afanar dinero público que durante años marcó tendencia en España. El partido conservador ha quedado abierto en canal con las últimas demasías de las que da noticia la detención del expresidente González (Ignacio). Pero el cisma viene de mucho más atrás, naturalmente. Aguirre, que blasonaba no de sus blasones sino de ser la punta de lanza del liberalismo en un partido de carcas y registradores de la propiedad, ha venido ejerciendo la oposición a Mariano Rajoy casi desde las perdidas elecciones de 2004. De hecho, utilizó al ahora atribulado González como persona interpuesta para que le llamase acomplejado al entonces líder de la oposición en un comité previo al Congreso del PP de Valencia, hace ahora nueve años. Lo cuenta Lucía Méndez, quien cita a testigos presenciales del lance para desvelar que Rajoy, contra su costumbre, le respondió sobre la marcha. Vino a decirle que no tomaba lecciones de quien, como González, tenía un comportamiento sobre el que corrían serias dudas en Madrid. No consta, sin embargo, que la dirección del PP tomase medida alguna para investigar esas sospechas. Quizá porque Rajoy sigue la máxima según la cual conviene tener a los amigos cerca, pero aún más cerca a los enemigos por si hiciera falta desmontar alguna fraternal conspiración contra el mando. Ha sido finalmente Cristina Cifuentes, la nueva jefa al frente de la Comunidad de Madrid, quien se ha encargado de remover las aguas del canal con el envío de los resultados de una auditoría a la Fiscalía General del Estado. Meses después, el aparato judicial, que es lento pero seguro como los pasos de un elefante, ha caído con el peso de un paquidermo sobre el último hombre de confianza de Esperanza Aguirre. Como si la depuradora interna hubiese empezado a trabajar, por primera vez, sobre las aguas turbias del partido gobernante. Aguirre, que tantas veces reputó de pusilánime a Rajoy, se ha echado a llorar inesperadamente ante las cámaras. "Es un palo muy grande", dijo. Quizá se pregunte aún de dónde le ha caído.