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¡Reaccionemos!

Cuando nos enfrentamos a lo que parece irreversible, después de un primer momento de confusión en el que uno no acaba de creerlo, lo habitual es que terminemos por asumirlo con más o menos resignación, quizás porque resulta muy difícil encontrar sentido a la situación de la que se trate. Me estoy refiriendo a lo que suponemos inevitable y además es insatisfactorio, es decir a una fuente de dolor, inquietud, nerviosismo, amargura, desdicha, y un largo etcétera de sensaciones negativas, que tienen su origen en el deterioro de las emociones básicas. Maldecimos nuestro infortunio, nos preguntamos el porqué de tal desdicha, ponemos en duda nuestra capacidad para superarlo y, en términos prácticos, nos quedamos bloqueados.

En determinados espacios culturales y religiosos la aceptación de lo que sucede casi forma parte de su esencia; si añadimos matices de índole sobrenatural el diagnóstico está hecho y el pronóstico está servido. No hay nada que hacer, salvo rezar (los que sepan), esperar y ver. Así presentada, en esta escena tiene cabida ese otro planteamiento tan simple como falaz: "si la situación no tiene remedio, para qué preocuparse; y si la tiene, para qué preocuparse".

Por supuesto, en la vida real no todo es tan extremo, ni siquiera entre quienes aceptan como principio que todo está previsto de antemano y por más que nos empeñemos lo que tenga que suceder € sucederá, aunque en el fondo nadie rechaza sinceramente la esperanza; ni siquiera aquellos que niegan el libre albedrío y creen en la predestinación absoluta.

Pero la esperanza por sí sola no soluciona ningún problema, aún reconociendo su capacidad amortiguadora. No seré quien cuestione el argumento de García Lorca cuando afirmaba que "el más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza perdida", pero tenerla y no intentar materializarla es como el que tiene una herramienta y no la usa; no sirve de mucho si no es como consuelo, que no es poco, dicho sea de paso.

Como los estoicos, tiendo a creer que nada ocurre por casualidad y siendo así, es decir, existiendo causas que originan unos hechos concretos, nada impide pensar que no podamos ser capaces de actuar sobre ellas. No se me oculta que esto es más complejo de lo que parece, porque la identificación de las causas no suele ser una tarea fácil, sobre todo cuando el problema parece que nos supera; eso no significa que sea imposible y aquí es dónde radica el fondo de la cuestión que trato de plantear.

Estoy convencido de que no soy una excepción como observador. En alguna ocasión nos hemos encontrado con situaciones o casos singulares de personas que han sido capaces de superar las circunstancias más adversas y donde resulta difícil una explicación razonable, porque entra en ese grupo de acontecimientos que podemos calificar a priori de imposibles y hasta resulta complicado aceptarlos como probables. Quiero decir, que a lo largo de nuestra vida habremos sido testigos de acontecimientos increíbles que, para no entrar en detalles, solemos despachar con una definición que lo sintetiza todo y no explica nada, porque no puede: ¡ha sido un milagro!.

El razonamiento anterior parece dirigido -y era la primera intención- hacía planteamientos que tienen mucho que ver con la salud, mejor dicho, con la mala salud; con enfermedades que son o parecen irreversibles; también con planteamientos asociados a pérdidas irrecuperables. Y en este último escenario también es aplicable a entornos menos trascendentales o más materialistas si se quiere, como la crisis económica que aún prevalece y las demoledoras consecuencias que se han derivado de la misma, destacando entre estas últimas el paro, que aún sigue afectando a demasiadas personas en nuestro país.

Los ciclos económicos son un paradigma de lo que supone la acción / reacción, más allá de los cambios estructurales y de las contradicciones que se puedan atribuir al sistema; responden a ese planteamiento según el cual diferentes operadores consiguen rebajar las graves tensiones que desestabilizaron en un momento dado la situación económica, entre otras razones, porque no se abandonaron a la suerte y dirigieron sus esfuerzos en la búsqueda de soluciones para mitigar las consecuencias, poniendo en juego un renovado esfuerzo, más imaginación, nuevas iniciativas y los mejores deseos; en pocas palabras: no se rindieron.

En cualquier caso, el primer y decisivo paso en este camino hacia la superación de cualquier contrariedad es la voluntad de cada cual, primero para definir bien el problema, después para buscar alternativas de solución y por último tomar decisiones, ¡ahí es nada!.

En definitiva estoy refiriéndome a la necesidad de reaccionar ante la adversidad, de no permanecer pasivos; siempre habrá una probabilidad de mejora por descubrir y debemos buscarla. Algunos, los más afortunados, podrán resolverlo mejor con la ayuda de la fe, otros tendrán que esforzarse un poco más, pero unos y otros, habrán de "remar" en la misma dirección. "La fe mueve montañas" se hace casi realidad cuando los límites de lo posible quedan lejos de nuestro alcance; algunos utilizan este aforismo para justificar lo inexplicable, otros para seguir dando alas a su esperanza y el resto para continuar tirando del carro, pero todos sin excepción tendrán que perseverar en el intento si quieren convertir en realidad sus sueños, y para esto último no caben excepciones € o yo no las conozco.

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