El renacimiento de la televisión valenciana es, a priori, una gran noticia, ya que supone percibir la información y el divertimento en nuestra lengua propia; es importante, además, porque actualiza un archivo audiovisual que testimonia el devenir diario de nuestra época, y asimismo, estimula una industria audiovisual que engloba a innumerables profesiones y que está pasando un injustificado tiempo sin estímulos ni motivaciones. Sin embargo, también puede convertirse en un fracaso si no se acierta su enfoque.

Puesto que roza lo imposible que una televisión regional con un presupuesto forzosamente limitado, pueda competir en audiencia con las grandes cadenas (algunas con canales tan bien planificados que comprenden todo el espectro ideológico, incluyendo los que se diseñan con posiciones antagónicas para acaparar el mercado), concebir y proyectar sus ofertas se me antoja una cuestión muy meritoria y compleja ante el desafío de no pasarse de onerosa y de mantener la calidad. Hasta el punto de que se hará necesario exponer la relación entre propósitos, el déficit previsto y los dinteles de audiencia soportables, habida cuenta de que en otras geográficamente próximas, como TV3, la rápida pérdida de liderazgo las está colocando en situaciones más que complicadas.

El primer reto al que la nueva empresa se enfrente, a mi juicio, será el de crear un manual de estilo que todo el mundo asimile como inexcusablemente valenciano. En este campo, la AVL ha realizado una ingente y positiva labor, que conocen los expertos, por lo que su adaptación no debería convertirse en un problema.

El segundo, es más difícil: mantener la independencia y la pluralidad en la actividad diaria, tras una adecuada selección de los profesionales. Si estamos siendo testigos de la voracidad de los políticos por estar en un constante mitin, ¿cómo esperar un ejercicio plural y equidistante, en un medio tan eficaz ante tantos objetivos potenciales? Mucho me temo que más que un vehículo atrayente caminando hacia la excelencia, la modernidad y el progreso, en el que se perciban reflejados los bríos y las capacidades de todos los que trabajan desde posiciones diferentes, corra el riesgo de tornarse en un territorio sensible a un ejercicio que permita trivialidades nacidas de los afines, presentándolas como si fuesen logros.

Y lo pienso porque no estamos viviendo un ámbito exigente que sitúe gestionando la cultura a los mejores, con capacidad para inducir hacia proyectos dispuestos a competir en calidad, con otros territorios europeos; más bien al contrario, nos hallamos en un periodo introspectivo, en el que la sublimación de lo propio -soslayando el parangón- nos conduce al peligroso equívoco de concebir, a mi juicio, una realidad local, descaminada. Un ámbito en el que una televisión sumisa y debilitada de propósitos, puede convertirse en un eficaz intermediario en el camino hacia una autocomplacencia insípida.

Quisiera hacer, sin embargo, en estas líneas, un reclamo al optimismo, imaginando un medio autoexigente y estimulante, que nos ayude a adentrarnos en el mundo, a presentar programas e iniciativas que se puedan exportar, a afirmar nuestra capacidad en el marco de una globalización inexorable y aceptada; abierto y receptivo a la imaginación y al carácter de los otros. En definitiva: diferente a lo hasta ahora vivido.

La televisión no es un libro al que hay que tomar para entresacar el contenido. Se introduce hasta el sofá, cargada de señuelos que nos sitúan inermes ante diseños en unos casos evidentes, pero en otros, perfectamente trazados para reconducirnos. De ahí su fuerza y su fragilidad, pudiendo desencantar a medio plazo si traiciona su oportunidad y su sentido, en un momento en el que cualquier retroceso se puede tornar irreversible.

Por último, quiero hacer un breve apunte acerca de su denominación propuesta: à., término, que aunque lo hayan elaborado sociólogos y sesudos diseñadores gráficos, personalmente me parece, al menos, inusual y, por qué no, retórico. Tal vez quede bien para ser utilizado en el inicio, porque sugiere inmediatez, aquello que se va a poner en marcha, pero quedará mucho menos adecuado a medida que pase el tiempo. Si aún está abierto el casting de las denominaciones, planteo (desde la mayor modestia, y no sin cierta ironía) un nombre más sencillo, estable, que la acerque y la haga propia. Partiendo de la denominación completa La Televisió Valenciana, si extraemos el acrónimo La TeVa, cambiando sólo al v por la u su propia evolución latina, se le podría dar el carácter de lo que en realidad se intenta: La TeUa.