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La lectura

La lectura no sólo supone el conocimiento de un texto sino también su olvido. Pierre Bayard, profesor de Literatura francesa, se planteaba, a propósito de Montaigne y sus ensayos, la cuestión de saber si un libro que se ha leído y olvidado por completo, y del que incluso hemos olvidado que se ha leído, es aún un libro que se leyó. Leer no sólo consiste en informarse, significa también olvidar. Se pierde memoria y, a la vez, alguna que otra buena costumbre. Durante un tiempo me dio por reseñar o marcar las lecturas para dejar constancia en los libros del recuerdo de haberlos leído. Luego, por pereza o descuido, dejé de hacerlo. Ahora cada vez que echo un vistazo a una estantería dudo de ellos, aunque no tendría que hacerlo porque incluso la mayor parte de lo que leí está condenado a la desaparición desde el primer momento. El Día del Libro sirve, entre otras cosas, para comprobar que se escribe mucho y, además, para preguntarse si merece la pena leer y olvidar. No sólo lo que aparentemente resulta bueno e inolvidable, sino lo insustancial. El libro no está lo suficientemente valorado por muchos escritores. Otros, a lo largo de su vida, han mostrado mayor respeto por él. A T. S. Eliot, por ejemplo, le preguntaron por qué no escribía más y respondió: "Para dar ejemplo. El principal enemigo de la buena literatura es que los escritores tengan necesidad de ganarse la vida con lo que escriben. El resultado de esa necesidad es que todos ellos sucumben a tres demasiados: empiezan a escribir demasiado pronto, escriben demasiado rápido y escriben demasiado". Despojada de sus nobles y fingidos propósitos, la lectura es verdad que sirve para ir tirando en la vida. Y nos recuerda hasta qué punto el olvido es fecundo.

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