Mariano Rajoy ha lanzado una consigna apache: «El que la hace, la paga». No es suficiente. Tiene que añadir un pisco más contra la serpiente corrupta de su partido: «El que la hace la paga», y «la cárcel sienta muy bien». Y nada más decirlo debe tocar la fibra narcisista de sus ovejas desagalladas y descarriadas e invitarlas a abrir el Facebook de Carlos Fabra. El expresidente de la Diputación de Castelló, condenado a cuatro años de cárcel por defraudar a Hacienda, se convierte por méritos propios en la imagen de la reinserción en el seno del PP. Su fotografía es explícita: menos kilos; el pelo con más de una cana de sufrimiento; desaparición de sus gafas de cristales oscuros; una mirada limpia a la que contribuye la implantación en uno de sus ojos de una prótesis de cristal donde antes había un vacío; un aspecto general de humildad que acalla la soberbia de la etapa que le llevó a ser la antorcha de la corrupción... Se trata, pues, de un conejillo de Indias en el que pueden mirarse toda esa ristra de investigados de la operación Lezo.

Génova, a la vista de la mutación de Carlos Fabra, puede conseguir a través de una aplicación el retrato robot de cómo será Ignacio González tras una temporada a la sombra. No estaría mal la creación de una sala de exposiciones donde se pueda ver el antes y después. ¿Se está ante el rostro del arrepentimiento? Sí así lo cree Rajoy, le corresponde tomar la iniciativa para hacer pedagogía, para mostrar entre los suyos la serenidad que transpira una persona cuando ha pagado sus cuentas con la justicia...

¿Quién iba a pensar que íbamos a poder verle los ojos a Fabra? Tampoco lo creían en el seno del PP. Rajoy no deber ser tan exigente: todo se paga en una celda, pero también cabe volver al equilibrio y esperar a que gente como Fabra y otros cuenten cómo nació la familia, la famiglia, como dicen los italianos.