La semana pasada, tras la detención de Ignacio González, me preguntaba si el PP, tan cercado por la corrupción, estaba en condiciones de gobernar un país con un alto grado de conflictividad. Llueve sobre mojado. Tras la dimisión del presidente de Murcia -antes de Semana Santa- porque Ciudadanos amenazaba con votar una moción de censura socialista, se suma ahora el caso de González. El PP madrileño ha sido una fosa séptica de corrupción pues de los dos manos derechas de Esperanza Aguirre, Francisco Granados ya lleva dos años en la cárcel por la Púnica y la otra -Ignacio González- acaba de entrar por el saqueo del Canal de Isabel II, la empresa pública que suministra agua a Madrid. A Aguirre no le ha quedado otra opción que dimitir del único cargo que le quedaba, portavoz del PP en el Ayuntamiento. La lideresa que quería ser la Thatcher española frente al timorato Rajoy ya dimitió antes de presidenta de la Comunidad (para dar paso a González) y luego, forzada por las circunstancias, de presidenta del partido en Madrid. Pese a que Cristina Cifuentes sigue presidiendo la Comunidad -con el apoyo de Cs- el PP acaba de recibir una gran bofetada en su territorio más emblemático. Ya perdió ante Manuela Carmena la alcaldía de la capital en el 2015. Y Madrid no es Murcia, todo el PP se resquebraja.

Rajoy ha reaccionado como cree lo adecuado -dar tiempo al tiempo- aprovechando su viaje a Brasil. Y allí ha subrayado que Ignacio González ya está en la cárcel porque «quien la hace, la paga». Claro que tras que Esperanza Aguirre dimitiera admitiendo culpa in vigilando, cabe preguntarse si quien no la ve, o no la quiere ver, no la paga. Porque es del dominio público que el nuevo fiscal Anticorrupción, Manuel Moix, nombrado hace muy poco por el nuevo fiscal general del Estado, José Manuel Maza, intentó frenar la investigación sobre González y tuvo y tiene serios enfrentamientos con el colectivo de fiscales anticorrupción. E incluso en una conversación telefónica, que consta en la causa, el inefable Eduardo Zaplana le dice a González que no se preocupe por el famoso ático de Marbella porque las cosas cambiarían cuando Moix sea fiscal Anticorrupción. Y lo escandaloso es que la conversación es anterior al nombramiento de Moix. Claro, Cs y PSOE van a pedir el cese del fiscal general del Estado y del fiscal Anticorrupción «porque es inadmisible que quienes están constitucionalmente encargados de promover la justicia, realicen actuaciones inequívocamente dirigidas a obstaculizar la tarea de los fiscales que investigan posibles casos de corrupción».

Y hay detalles escabrosos. Carlos Floriano y Juan Carlos Vera han admitido que fueron avisados por un diputado autonómico del PP de que González tenía una cuenta en Suiza pero que no le dieron credibilidad. Y el ministro Rafael Catalá contesto una felicitación de González con un SMS en el que decía que deseaba que se acabaran los líos. ¿Qué líos, los de España o los de González?

Un consultor político conservador escribe: «Lo que está sucediendo en el PP de Madrid es una implosión, el peor escenario para un partido ganador. Dinamita en familia€ El marco de estabilidad que representaba el PP está perdiendo peso por los episodios de corrupción€ se está generando un nuevo espacio de ruptura». Rajoy creía tener amarrados los votos necesarios para el importante debate de presupuestos de la próxima semana. Es probable que los mantenga, pero las cosas se han complicado y el ambiente está cargado de electricidad. Cs y el PSOE pedirán cabezas y Podemos ha anunciado una moción de censura al propio Rajoy.

Francia y los primeros cien días de Trump

La primera vuelta de las presidenciales francesas ha sido más una derrota que un paso al frente del populismo. El europeísta Emmanuel Macron ha quedado primero desapareciendo así el peligro de dos finalistas contrarios al euro: Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon. Pero Le Pen pasa a la segunda vuelta cerca de Macron, por lo que mucho dependerá de lo que suceda la próxima semana. En principio, Macron debe ganar porque tiene el apoyo del candidato socialista y del de la derecha, pero Le Pen va a usar todas las armas y atacará a Macron como el candidato del «establishment». Pero Mélenchon se ha negado a unirse al frente contra Le Pen y la suma de los electores que han votado contra el euro roza el 45 %.

Llevamos ya 100 días de Donald Trump y el populismo ha perdido las elecciones holandesas y parece que no va a ganar las francesas. Y Trump, que jaleaba los movimientos contrarios al euro, está más discreto. Es más, el único «tanto» que se ha apuntado es el castigo a Siria por usar armas químicas, que rompe con las prédicas aislacionistas (y de cierta confianza en Vladimir Putin) de su campaña electoral. El balance no es positivo, al menos para él, pues no ha logrado culminar ninguna de sus grandes promesas y ha tenido que suavizar posiciones. Fracasó al no conseguir el apoyo de todo su partido para liquidar la reforma sanitaria de Barack Obama. Los tribunales han frenado sus intentos de prohibir la entrada de ciudadanos de seis países musulmanes. Parece haber olvidado el muro de México. Ha rebajado su agresividad proteccionista contra China. Ya no habla de abolir el tratado de libre comercio con Canadá y México, sino de renegociarlo.

Su gran triunfo es la confirmación por el Senado de un juez afín para el Tribunal Supremo. Y ahora ha anunciado a bombo y platillo una reforma fiscal con una fuerte bajada de impuestos. Pero no está claro que la logre aprobar. Algunos analistas dicen que los más ricos serán los grandes beneficiados pero la crítica principal es otra. La inevitable caída de ingresos provocará un fuerte aumento del déficit público de efectos muy negativos. Así, el impulso de la bajada de impuestos puede ser anulado por una mayor necesidad de endeudamiento, lo que forzaría la subida de los tipos de interés, el alza del dólar y un mayor déficit comercial. Precisamente lo que Trump quería corregir.

El presidente estadounidense sigue inquietando pero parece irse adaptando a la realidad. Quizás el menor peso de su asesor más ligado a la extrema derecha, Steve Bannon, sea la causa de la moderación de su populismo. Que no de su personalismo.