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Ya ves, aquí, sufriendo

Quien no haya recibido una foto del primo, hermano, sobrino, vecino, colega, tía, amiga lejana o amiga cercana, o compañera de estudios en la que vemos al allegado tumbado en la playa, al borde de la piscina, o sentado en la mesa de un restaurante dejando claro que esa cerveza, esa copa de vino, esas cigalas o esa fritura de pescado es para el menda lerenda, es que vive en otra galaxia. La imagen, siempre, sin fallar, como la cereza que corona la tarta, va acompañada del mantra, «ya ves, aquí, sufriendo». O sea, tócate la flor, que tú estás currando, o sin un céntimo, y yo, mira, como un marajá, despatarrado, en camiseta y chanclas, y poniéndome ciego de buena comida. Le suena, ¿verdad? Pues a pesar de haber perdido fuelle, aún hay gente que usa la idea como sinónimo de lo más. Todo lo que en nuestro país tiene que ver con la comida sigue despertando algún interés, incluso cuando deja de tener que ver con la comida y tiene que ver con otras cosas. A veces no importa tanto comer como fotografiar la comida o el descanso. Si el «ya ves, aquí, sufriendo», lo aplico a la pantalla, la cosa cambia. Veamos. Puede ser que sufras de verdad, que sufras lo que no está escrito -ni pagado-, o que lo digas como lo dice tu prima, tu cuñado, tu amiga, o tu vecino, con doble sentido, o sea, que de sufrir, nada. La otra noche vi y escuché lo siguiente. Voy a darlo todo, a demostrar las ganas que tengo, a hacer un platazo. Con estas ideas se van presentando los concursantes de Top Chef, que ya va por su quinta edición, aunque también podrían ser los de MasterChef en La 1. ¿Ensaladilla con cefalópodos? No me jodas. Mira, Montoro, la ensaladilla lleva calamares porque me lo dices, dice el jurado Paco Roncero. En Italia, en Francia, o en la Conchinchina, nuestros concursantes podrían concursar en cualquier sitio, suelta con su escasa naturalidad Alberto Chicote, cuya forma de hablar nunca sé si es el de un cínico, la de un autómata, un tímido, o la de un señor muy, pero que muy cabreado.

Qué mal rollo

Lo anterior son frases sueltas dichas por unos y por otros. Un galimatías en el montaje que da a Top Chef el efecto buscado, lío, tensión, drama, competitividad desmesurada, un poquito de surrealismo, y un poquito de «reality» a lo Telecinco. ¿Cefalópodos en el coco de Chicote? No me jodas. Veo lo que puedo aguantar a los concursantes de Top Chef, que no sé si cocinan o están para tirarse los cuchillos a la cara, a la cabeza o al puto hígado. Se miran como los vaqueros del viejo oeste en las películas de serie b. A ver quién dispara antes. Hay una tal Rakel, así, con k, que es una bruja con delantal. Claro que la tal Melissa -granaína malafollá- esconde en su corazón una nevera de mala leche. Qué tensión. Qué desagradable. No soy fan de este tipo de programas. Me han cansado. Todos. Lo que me faltaba es pasar un mal rato. Y se pasa. ¿No van a cocinar? Pues que cocinen, leche, como pedía Chicote, inflando los mofletes como un pez globo.

Voces, malos modos, agresividad, mala hostia, bandos. Y por si faltara algo, cada vez que Chicote prueba algún plato, la escena no es un plato de buen gusto. ¿Cefalópodos en su gaznate? Algo parecido noto alguna que otra tarde cuando, por accidente, insisto, por accidente, he llegado a la puerta y he bajado al local de Gym Tony, que Cuatro ha vuelto a recuperar para mejor herir, maltratar, humillar y denigrar a la ficción patria. No sé si usted ha visto alguna vez semejante infamia. Sólo se puede decir, pero en sentido literal, «ya ves, aquí, sufriendo».

Las situaciones son de una grosería rampante, de una comicidad grasienta, de un estilo que hace años se superó en nuestra tele. Ver al cuadro de actores exagerar el gesto, vociferar porque sí, caricaturizar a los personajes, pero a todos, sin excepción, es una experiencia dolorosa. Para salir corriendo y no mirar atrás por si te topas con los guionistas o con Esperanza Aguirre dimitiendo otra vez, y van tres, o arrepentida, y llorosa, como sólo ella sabe llorar para descojonarse de nuevo de los que se la creen, anunciando su regreso inminente. Que se cambie.

Bragas fashion

Por si no hubiera bastante con Gym Tony, Cuatro emite antes Dani&Flo, uno de esos castigos que se echan a la audiencia sin contemplaciones, como si una mano sádica moviera el hilo en la distancia y disfrutara viendo cómo huyen los espectadores cada día un poco más y cómo la cadena hunde su hora vespertina en unos datos irrelevantes. Ver a Dani Martínez y a Florentino Fernández defendiendo sus puestos de trabajo sin rechistar, haciendo lo que les mandan, aunque sea humillante irrumpir en el plató de Sálvame, que está al lado del de ellos, y dejar que Paz Padilla, sin medida, sin control, sardesca, bruta y mal educada, le dé cucharaditas de yogur a un Martínez hecho un Juan Lanas, un mentecato, un pánfilo, es patético, como todo Dani&flo. En el fondo, estoy seguro, son ellos los que de verdad de la buena, en sus corazones, sienten que sí, que están ahí sufriendo. Ellos no son la famosa Rebe -Rebeca Jiménez de Plasencia- la hortera gitana que consiguió fama en Los Gipsy Kings apareciendo en el mercadillo donde sus padres venden «bragas fashion a 3 euros» como si fuera la Kim Kardashian española, un desenfreno visual, una extravagancia tronchante, y ni siquiera son Los Chunguitos, tan tristes y conmovedores que hacen la morsa con tal de seguir en el candelabro. Mariano Rajoy también es capaz de todo con tal de tocar las pelotas al personal. Desde el otro lado del charco, o desde Cuenca, el tipo está crecido, no cercado por la corrupción, como creen algunos. Y por eso, y con chulesca altanería, asegura que ganará las próximas elecciones, cuando las haya. Así será. Hablando de presuntuoso y patético ahí está Javier Cárdenas ocupando un lugar destacado. ¿Vieron la visita de Dani El Rojo a Hora punta? Recibido como una estrella el ex delincuente, atracador de bancos, dijo que «maté a una persona, pero ahora está prescrito». Cárdenas arrastró de nuevo a la televisión pública por un fango que no merece.

Y sí, viéndolo, quien lo vea, sólo puede decir, «ya ves, aquí, sufriendo». Pero en sentido literal. Qué tormento.

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