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Por ahora, el que resiste, gana

Como dijo Pío Cabanillas Gallas, «estamos ganando, pero no sabemos quiénes». El político gallego, varias veces ministro con Franco y durante la Transición, era famoso tanto por su capacidad de supervivencia como por su cinismo. Para sobrevivir, además de resistente, hay que ser algo cínico. Mariano Rajoy, uno de los grandes valedores de la famosa estrategia «el que resiste, gana», lo es a su manera. Su recomendación a los suyos, ante la ola de corrupción que salpica al Partido Popular, es ponerse a resguardo. Aguantar hasta que amaine el temporal y el tiempo le dé la razón a las cifras macroeconómicas. Todo volverá a su sitio, piensa, porque la mayoría de los votantes prefiere el latrocinio y la rapiña de unos cuantos a que la ineptitud de muchos les haga perder hasta los calzoncillos. El mismo cinismo cargado de humor húmedo que le ha llevado a ironizar sobre la moción de censura que intenta tejer Pablo Iglesias asegurando que él no va a consultar a nadie en su partido para devolverle la moneda al líder de Podemos y presentar una en su contra. No le conviene, ha dicho.

Pues no. Porque mientras existan Iglesias dispuestos a retorcer la situación y a enseñar los colmillos a cada instante, en vez de proponer soluciones alternativas desde la oposición para mejorar el país, él y su gobierno seguirán representando cierta normalidad impune. Corrupta sí, pero asumible comparada con los diferentes vientos de fronda que amenazan a los ciudadanos que prefieren lo malo conocido a arriesgarse a algo que les inspira mucho más temor por la clase de inquietud que transmite en el fondo y en las formas. A Rajoy, como en su día a Cabanillas, con saber que está ganando por el momento, le vale.

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