Con un formato similar al que han empleado en Estados Unidos o Alemania, se ha puesto en marcha en Cataluña un impuesto sobre las bebidas azucaradas. Y muchos nos preguntamos si esta medida se activa con afán de incrementar la recaudación o como herramienta para influir en el comportamiento de los consumidores. Obviamente será un poco de las dos, pero ¿cuál prevalece? Parece que la prioridad no es tanto la recaudación como mejorar la salud de los ciudadanos.

Si esto es así, cabe preguntarse si un incentivo económico es la forma más eficaz de reducir el consumo de azúcar, o en general de afectar sobre el comportamiento de las personas. Lo cierto es que, desde la perspectiva de la economía del comportamiento, se suele poner en entredicho la eficacia de los incentivos económicos. No es que no funcionen, sino que funcionan menos de lo que pensamos ya que nuestra mente no es la máquina de cálculo que a veces asumimos que es. .

No quiero decir que los incentivos monetarios negativos no funcionen, pero quizá no es tanto la cantidad en euros como el hecho en sí. En nuestra mente pensamos que ahora estamos peor que antes. Nos afecta porque es un evento notable, y es esa notabilidad la que nos afecta. Vamos, que si no te enteras de que existe ese impuesto o no te das cuenta que el precio es más alto que antes, es probable que no cambies de opinión al ir a comprar un refresco.

¿Funcionará? Pues probablemente sí. El behavioural insighs team -un equipo creado por el Gobierno británico que estudia como diseñar mejor políticas públicas desde la economía del comportamiento- habla del notable impacto que puede tener, pese a que ellos, como nosotros, no pondríamos el impuesto como una primera opción para influir en el comportamiento de los ciudadanos.

Pero si no es a través de un impuesto, ¿cómo se puede influir en este caso en el comportamiento de los ciudadanos? Pues si volvemos a mirar al Reino Unido, vemos que han implementado otras medidas que tienen más en cuenta cómo funciona realmente el proceso de decisión de los seres humanos.

Por ejemplo, para mejorar la salud de los ciudadanos, han incluido un semáforo de información nutricional. Este sistema busca apelar a un lado menos racional de nuestra mente, asumiendo que nos somos muy buenos con los números. Todos conocemos la etiqueta de información nutricional tradicional, pero ¿alguien sabe cuánto es demasiado azúcar por cada 100 gramos? Como la respuesta suele ser que no, han hecho un indicador en la parte frontal en el que pone los porcentajes y están en colores dependiendo cómo de sano es este producto en cada nutriente (verde sano, ámbar regular, rojo poco sano).

Resumiendo, tenemos que evolucionar e ir más allá de los incentivos monetarios cuando queremos influir en el comportamiento de los ciudadanos. Las intervenciones como las del semáforo nutricional, que funcionan como un pequeño empujoncito en las decisiones, prueban ser más efectivas y podrían mejorar ostensiblemente el bienestar de los españoles. Algunos se preguntarán hasta qué punto esto es legítimo, hasta qué punto la persona que diseña estas políticas es benévola, pero eso ya nos da para otro artículo.