Dicen que, cuando tenía que nombrar un general, Napoleón apenas miraba su currículo pero se interesaba mucho en saber si era un hombre con suerte. No hay, pues, duda de que Mariano Rajoy habría tenido una brillante carrera en el ejército napoleónico. En efecto, en pleno escándalo por el gravísimo escándalo de corrupción del PP, en este caso en la capital de España, que no es una autonomía cualquiera, y con los fiscales anticorrupción en rebelión contra su nuevo jefe Manuel Moix, se aparece Pablo Iglesias en otra estudiada foto con su estado mayor (sin Íñigo Errejón pero con Irene Montero) y anuncia -retando al Gobierno, al PSOE y a Ciudadanos- que presentará nada menos que una moción de censura contra Rajoy.

Quizás consiga titulares y puede ser bien vista por gente indignada con las consecuencias de la crisis y con la descarada corrupción en el Canal de Isabel II, pero es un regalo… a Rajoy. Si alguna duda les quedaba a Albert Rivera y al PNV sobre votar a favor de los presupuestos, quedó eliminada. Y es que Iglesias ha vuelto a demostrar -ya lo hizo hace un año mezclando el voto de sus diputados a los del PP contra la investidura de Pedro Sánchez- que con el resultado de las dos últimas elecciones no hay recambio. Podemos puede ser el partido alfa para asaltar el cielo (si existe), pero nadie en sus cabales puede querer gobernar un país terrenal, y tan complicado, como España dependiendo de alguien que cree sus 71 diputados le facultan para -sin exploración previa alguna- forzar a sus futuros socios a una moción de censura.

Es un disparate total. En España, la moción de censura tiene que ser constructiva. No se vota no a Rajoy, sino sí a un candidato alternativo que debe presentar un programa, debatirlo en el Congreso y obtener la mayoría absoluta (176 votos). Si Iglesias es el candidato recogerá sólo algo más que los de sus 71 diputados. Y no puede exigir al PSOE, primer partido de la oposición, que ponga el candidato. Porque se ha visto que no hay acuerdo sobre el programa, porque los socialistas están sin líder hasta el congreso de junio y porque -suponiendo que lo tuvieran- sería estúpido sacrificarlo con una moción de censura sin una solvente mayoría de recambio detrás. Podría cometer un suicidio similar al de Antonio Hernández Mancha, cuando recién elegido líder de AP presentó en 1987 la moción contra Felipe González.

Y si no hay gobierno alternativo posible, la demagogia no sirve. El PSOE ha votado contra Cristóbal Montoro -ese es el papel del partido de la oposición salvo que esté dispuesto a ir a una gran coalición- y los otros grupos han ido a su bola. Salvo los independentistas catalanes y Bildu, prefieren el pacto con Rajoy a la aventura. Primero porque si tiene que gobernar Rajoy creen que es mejor que lo haga con los presupuestos del 2017 -algo cederá- que prorrogando los del 2016. Ciudadanos prefiere castigar al PP con la corrupción allí donde puede -como en Murcia- que dejar al Gobierno sin presupuestos, lo que podría obligar a nuevas elecciones en el 2018. Rivera cree, seguramente con razón, que sus electores de centro o de derecha liberal no lo entenderían. La diputada canaria, la realista Ana Oromas -que se enfrentó a Montoro cuando el PP en la oposición no quiso dejar pasar el paquete de rigor de Rodríguez Zapatero del 2010- no ve ahora ningún incentivo en enfrentarse gratis al Gobierno.

Y el PNV, con sus cinco diputados, ha visto la gran oportunidad de consagrar una interpretación favorable del siempre polémico cupo vasco. Josu Erkoreka ha dicho que se ha logrado «la paz fiscal para quince años». ¿Por qué no iba a hacerlo si la alternativa era no sacar nada y que siguiera gobernando el PP con más dificultades? Y han forzado a Rajoy a tragar muchos sapos.

Pero Rajoy se ha salvado de milagro: 175 a 175. Dentro de poco necesitará otro diputado canario para llegar a los 176. Sudará tinta… pero seguirá teniendo suerte. Napoleón lo habría elegido.

Toda Europa mira a París

Toda Europa está pendiente de Francia. Y no es para menos. Se está viendo que el brexit será más enojoso y complicado de lo creído y Therese May ha convocado elecciones -está convencida de ganarlas por la radicalizaciónlaborista- para tener manos libres en la negociación. Y eso que Gran Bretaña no fue fundadora de la UE, no está en el euro y -pese a su relevancia- nunca ha querido unirse al eje Berlín-Paris. El triunfo de Marine Le Pen, que llevaría al frexit, implicaría la casi segura salida de Francia de la UE. Al fin, o la casi completa desnaturalización, del proyecto europeo.

Pero las últimas encuestas -las de la primera vuelta fueron muy fiables- dan al socioliberal Emmanuel Macron la victoria con un 59 % de los votos frente al 41 % de Le Pen. Y el optimismo ha crecido porque en el agrio debate entre los dos finalistas -tuvo una audiencia de 16 millones- Macrón fue para el 63 % más convincente frente al 34 % de Le Pen.

Le Monde ha pedido a los dos candidatos sus cinco medidas más inmediatas que permiten hacerse una idea de lo que Francia se juega este domingo. Macron propone reformar por decreto-ley la legislación laboral tras una rápida negociación con los interlocutores sociales. También moralizar la vida pública aumentando las incompatibilidades de los diputados y reduciendo su número, así como simplificar los requisitos administrativos a las pymes. Pretende también reforzar la UE con el eje París-Berlín, un presupuesto de la zona euro y un ministro de Economía común. Por último, que las clases de Primaria, empezando por las zonas más castigadas, tengan un máximo de 12 alumnos por aula. Lo cree esencial para luchar contra la desigualdad.

Muy distintas son las cinco medidas de Le Pen. La primera es renegociar con Bruselas la recuperación de las «cuatro soberanías perdidas», lo que llevaría a la salida de Francia de la UE. La segunda, dificultar el reagrupamiento familiar de los inmigrantes, seguida de la salida del acuerdo Schengen. Por último, expulsar a todos los inmigrantes fichados como sospechosos.