El Día de la Madre precisa de un cambio de paradigma. El discurso dominante ofrece una visión edulcorada, idílica y estereotipada de la maternidad, como si ésta consistiera en un cuento de hadas en donde el príncipe azul sigue dando sentido a esa existencia trágica de la princesa dócil y sumisa. La imagen de la madre luchadora, felizmente abnegada y sacrificada, perjudica la salud moral de nuestra sociedad. No sólo por el cinismo que supone mitificar la maternidad, o porque perpetúa la inhumana cosificación de las mujeres, sino también porque otorga un ilusorio «poder» al varón, quien considera que la esfera doméstica -hijas e hijos, educación, hogar- forma parte de la propia naturaleza femenina. El costumbrismo social mantiene un inexistente esencialismo, quizá necesario para afianzar la desigualdad de género que interesa a tanto machista, muy cómodo y satisfecho con su posición de macho libre de obligaciones familiares.

Sé que incomoda aceptarlo, pero, entiéndanme: la maternidad que yo veo a mi alrededor implica una rémora para la proyección de la propia vida de las mujeres, como así demuestran rigurosas investigaciones. Esto es así porque, como decía, carecemos de un Estado de bienestar que promueva la maternidad con justicia e igualdad, sin renuncias ni sacrificios, sin que suponga un algo coste personal a cada madre. Habrá que plantearse si esa melosa imagen de la maternidad dulcifica el espíritu crítico, neutralizando la reivindicación de un mundo en donde la descendencia no suponga un plus de problemas para la mujer. En los últimos días asistimos a críticas feroces hacia mujeres bravas que confiesan el coñazo que supone tener hijos. Esta visión de la maternidad incomoda muy mucho a los varones, pero también a esas madres que presumen de las heridas de guerra que supuso la crianza de sus hijos. Se olvidaron de vivir, ¿y? Los mecanismos de control social son imperceptibles. Por eso casi nadie se extraña ante esas manifestaciones en defensa de la familia, o, peor todavía, la última moda de los vientres de alquiler, explotación del cuerpo de las mujeres más pobres en pro de esa maternidad sacrosanta. Todo vale si se trata de aportar descendencia€ Alguien debería recordar a ciertos santos varones y mujeres que, si no se puede tener hijos, pues€ ¡Tampoco es el fin del mundo! O pensar en otras vías más legales y morales, como la adopción.

La imagen de la maternidad como una meta valiosa e irrenunciable nunca trae nada positivo. Hay que promover estilos de vida plurales, respetando la elección de las mujeres que renuncian a tener hijos o aceptan el discurso que predica esa carga insufrible que supone la maternidad. Animar también a las madres de cuentos de hadas a subirse al carro del egoísmo ilustrado, tan saludable para quienes, como este servidor, piensan en ellos por encima de todas las cosas. Si usted planea alquilar un vientre, sepa que es, cuanto menos, un bárbaro e inhumano. Por último, en tanto que tuvimos o tenemos madre, preguntémonos: ¿qué madre?