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Una sexualidad saludable en la adolescencia

La adolescencia es una de las etapas que más definen nuestra personalidad. Es el momento laboratorio, el momento del ensayo-error y, a la vez, una gran oportunidad para el crecimiento personal. No pasa nada si uno se equivoca: lo importante es reconocerlo y rectificar. Los padres y madres no debemos velar para que los chicos no se equivoquen. Más bien al contrario, tienen que equivocarse. Tal vez lo único que podemos es acompañarles.

También en la adolescencia, y debido a cierto sentimiento de pseudo-inmortalidad, los jóvenes pueden llegar a creerse el centro del mundo, y poseedores de la verdad absoluta. Por ello, a veces es difícil tratar a algunos adolescentes y conseguir una verdadera cercanía. Luego crecemos y la vida nos pone a todos en nuestro sitio. Porque vivir es la mejor cura de humildad posible. Allí donde no lleguen los padres, llegará la vida.

Las relaciones que vivimos en la adolescencia quedan grabadas en nuestra memoria a fuego lento, por ello es deseable informar bien a los chicos y chicas para que puedan tener relaciones sexuales sanas desde el primer momento. Los adolescentes deben saber que hay unas reglas del juego que no deben transgredirse. No todo vale, y menos para todo el mundo. Lo más importante es el respeto mutuo. Nunca debe forzarse a nadie a hacer algo que no quiera. Algunas fantasías deberían siempre quedarse en eso, en meras fantasías. No hace falta materializarlo todo, no es mejor amante quien más experimenta, sino quien es capaz de aprender a respirar con el otro, y a disfrutar de lo más esencial; la buena química no es más que una buena comunicación. La relaciones de poder que establece la pornografía pueden llegar a ser malinterpretadas, estableciendo patrones de conducta que luego no puedan adaptarse a una vida sexual saludable.

Hace pocos días recibió una llamada. Lo cierto es que ya ni se acordaba de aquel chico. No fue un gran amor pero sí alguien importante. El chico con quien salió recién cumplidos los catorce. Iniciaron una relación insana, fría, extraña. No era la clase de relación con la que una sueña. En su absoluta inexperiencia cometió el error de dejarse llevar y dejó de sentir. A los pocos meses pidió a sus padres que la cambiaran de instituto. Necesitaba escapar de aquel entorno de hostilidad en el que se encontraba. Logró recomponerse, pero por mucho tiempo sintió que era una mujer rota. Su sexualidad había quedado hecha añicos. Cayó en un lesbianismo reactivo. Es algo que entra dentro de los parámetros de los teenagers, que pasan de la heterosexualidad a la homosexualidad para luego terminar definiéndose en función de sus experiencias personales. Durante dos años sólo quiso relacionarse con chicas. El tiempo pasó y las heridas fueron cicatrizando, y aunque había una parte de su ser que no terminaba de recomponerse aprendió a vivir con ello.

Treinta años después, un día cualquiera, estaba preparando la cena de sus hijos y, de pronto, recibió una llamada. Era él. Le dijo que necesitaba verla, que había pensado mil veces en ella, y que sabía que su conducta la había salpicado. Reconoció que se portó de manera inaceptable y que quería disculparse. Habían pasado muchos años pero sus palabras le parecieron auténticas, y al dejar el teléfono ella sintió un profundo alivio. En esta ocasión, la historia tuvo un final feliz. Desafortunadamente, no siempre es así.

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