Parece obvio subrayar hoy que a golpe de modestia Portugal ganó el sábado Eurovisión pero es que la actuación destilaba sinceridad. El aspecto frágil de su intérprete, Salvador Sobral, con esa chaqueta que le quedaba grande, la canción escrita por su hermana y una puesta en escena de lo más humilde recordaban las profundas heridas de la crisis en su país y sus recortes. De que no han podido hacer más. Pero en su pequeñez resultó bellísima. Y era lo único que se acababa viendo. Que Sobral lo hacía de verdad. Habría que preguntarse por qué España quedó la última.

En esta semana pasada, y con distancia, la sesión de las Corts vivió una puesta en escena estilo festival. El PP abandonó el pleno tras un tenso debate sobre educación en el que populares y Consell se lanzaron reproches por los conciertos educativos. Nada nuevo bajo el sol. Lo que sí es llamativo fue la puesta en escena. La portavoz del PP, Isabel Bonig, como el resto de su grupo, llevaba camisa blanca y mostraba en el escaño un cartel con el lema «Llibertat educativa». La síndica popular desplegó en la tribuna una camiseta con el mismo lema y recordó que más de 40.000 personas clamaron en la manifestación de la concertada contra la supresión de conciertos y aseguró que el Consell tiene un programa «cien por cien comunista y que está con los ricos mientras el PP, con los trabajadores». Los populares coreaban en la grada al unísono «libertad, libertad». El tono se lió, se mentaron varias bichas y los populares tiraron de indignación cuando se les acusó de ser «ladrones de guante blanco» y, como en las mejores escenas de teatro, hicieron mutis por el foro, dejaron un margen y regresaron después.

¿A quién se le ocurriría la idea de la camisa blanca? El PP hizo durante años del decoro una forma de vida. Les daba credibilidad. Con Juan Cotino en la presidencia de las Corts, los populares aprobaron en 2012 una resolución que regulaba el decoro y el uso de las dependencias parlamentarias, una especie de ley mordaza del parlamento valenciano. Esa norma indicaba que la presidencia actuaría inmediatamente cuando se utilizaran prendas de vestir, carteles, fotografías, pancartas u otros elementos materiales que aludieran a algún diputado, institución o terceras personas, o cuando de alguna manera se menoscabaran las formas de la Cámara.

Se sancionaría y se expulsaría de la sala. Y más. Tampoco podían utilizarse las fachadas, escaleras, ascensores, pasillos y otros espacios comunes para situar ningún tipo de propaganda, reivindicación, información, carteles, pancartas o símbolos que identificaran una opción política o cualquier otro elemento. La norma no fue aleatoria. Iba motivada por las camisetas protesta que había puesto de moda Mónica Oltra y que tantas advertencias y reproches le valió desde el PP por su mala educación. Se le criticaba que ejercía una «política-espectáculo, de pancartas y camisetas». Oltra fue expulsada dos veces del pleno por la norma del decoro.

El PP mostraba entonces su rostro más ejemplar. Era la disciplina en sí. Esa línea donde había «radicales» a un lado y un modo correcto de hacer las cosas, de gobernar. Su lema era la ejemplaridad. Hoy una de esas normas ha caído. Cotino ya no está para impartir decoro. Léanlo despacio. El PP hace ahora política con un discurso cambiado, hasta con gestos cambiados. Reclama conciertos para los que no tienen recursos porque desde el Consell se promueven aulas para los ricos. Pero esas aulas son públicas. El mundo gira al revés. Y las pancartas vuelven a las Corts de la mano de quien no toleraba la política-espectáculo y que para ello promovió una norma sancionadora. Las camisetas con lemas reivindicativos las exhiben los mismos que expulsaban a los diputados del hemiciclo cuando las llevaban. Qué infiel es la memoria. Y el año que viene en Portugal, todos serán Sobral.