Progreso tecnológico y eficiencia, producir más bienes con menor tiempo de trabajo humano (siempre que como tributo no se destruya el medio natural, ni se hipoteque el futuro de nuestros descendientes) es, indiscutiblemente, un horizonte valioso. Pero el tiempo extra que la mayor productividad regala a la humanidad nunca se ha encauzado hacia un reparto equitativo del mismo, más bien a reducir plantillas y concentrar el trabajo y la renta en menos personas. ¿Es esto valioso?

Tradiciones e innovaciones no deberían tener valor en sí mismas, no sin considerar su repercusión en la vida y en la sociedad. En cuanto a las innovaciones tecnológicas, la humanidad ha sido privada de decidir los modos y el alcance de su uso. El mercado fue habilitado para hacerlo y las consecuencias, algunas objetables, se aceptan sin discusión (como si estuviesen en la naturaleza de las cosas) bajo lemas como «es algo imparable» o «preparémonos para lo que viene».

Simplificando, la primera revolución industrial transfirió mano de obra del campo a la industria, los dos sectores que producen bienes mercaderías. Los cambios tecnológicos bautizados como segunda y tercera revolución aumentaron la productividad de los sectores bienes suprimiendo empleos y transvasándolos al amplio sector servicios, que ha ido en expansión. Ciertos subsectores de servicios impulsan los continuos incrementos de productividad de los sectores bienes, pero servicios empieza, a su vez, a ser penetrado por el mismo fenómeno. La cuarta revolución tecnológica, basada en la automatización y la robotización, también le resta y restará empleo. ¡Y he aquí que se acabaron los sectores!

El pleno empleo keynesiano parece, cada vez más, una quimera, y emerge la idea de un futuro con un pequeño porcentaje de población participando en la producción de bienes y servicios. La renta básica se apunta como respuesta. Cada ciudadano recibiría una cantidad de dinero, posiblemente alrededor del umbral de pobreza; mayores rentas para quienes puedan ganarlas en lucha competitiva. La Carta de Derechos Humanos Emergentes recoge la renta básica en su artículo 1, y diversas asociaciones como la internacional BIEN (Basic Income Earth Network) o la española RRB (Red Renta Básica) aportan argumentos a favor de su justicia y viabilidad, situándola en la agenda de algunos partidos políticos.

La renta básica es una propuesta indudablemente sensible con los desfavorecidos por el mercado. Sin embargo, no deja de ser una idea desalentadora, incluso deprimente. Institucionaliza la desigualdad y es demasiado pareja a la nueva versión del pan y circo romano acuñada desde la insensibilidad de Zbigniew Brzezinski (ideólogo del imperialismo americano) fusionando teta y entretenimiento: tittytainment o entetanimiento. Pobreza reglamentada y entretenimiento para domesticar la frustración; ocio obligatorio con un mínimo ingreso de subsistencia para los perdedores de la competición. Un reciente comentario del economista Santiago Niño Becerra en tertulia televisiva es revelador: «Habrá empresas que produciendo incluso con cero personas, bajarán mucho los precios de los productos de primera necesidad. Quienes reciban la renta básica, aunque modesta, podrán comprarlos». ¡Vaya espectáculo estimulante!

Renta básica o entetanimiento: propuestas que conllevan aceptar, con resignación o entusiasmo, la sociedad individualista en la cual adquieren significación. Un nuevo capítulo de la modelación del sentido común, modelación que prepara y fragua el consentimiento del programa globalizador neoliberal. La consigna «no hay alternativa», atribuída a Margaret Thatcher, se cuela incluso entre formaciones de izquierda. Porque, de compartir el progreso técnico con un reparto equitativo de trabajo, riqueza y ocio, ni hablamos ¿verdad?