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Un partido no es una secta

En la fase menguante de la socialdemocracia europea, un debate público como el de los tres candidatos a la Secretaría General del PSOE manifiesta la voluntad de no dejarse arrastrar por la ola. Es novedoso porque la fórmula habitual confronta ideas y praxis diversas, no de la misma familia; y es valiente porque explaya concepciones disímiles del modelo de partido que requiere el presente y el futuro. Dar expresión a la diferencia es un valor indivisible de la democracia, frente a las consignas de uniformidad monolítica que amordazan las corrientes internas. Un partido político no es una secta ni un ejército. Sus militantes y votantes asumen unas ideas y cuestionan otras sin romper la ideología básica. Al igual que difieren las visiones del mundo en un momento histórico dado, los modelos de análisis y de acción deben reflejar la necesidad objetiva del cambio sin menosprecio de la cuota de subjetividad inherente a la condición humana. El tiempo histórico que vivimos no es el de la estabilidad lacustre, sino el de la reacción contra ella. Resulta estéril el unitarismo partitocrático que suplanta el sano criterio de la unidad.

No es cómodo para el aparato de los partidos y por eso el debate de los tres candidatos socialistas tiene un significado rompedor. Ha habido importantes puntos de confluencia, como calificar de grave error la abstención en la investidura presidencial de Mariano Rajoy, «manzana podrida» para Pedro Sánchez, mientras que el PP le parece a Susana Díaz «tóxico e infame». Estos epítetos lo dicen todo e invalidan la recomendación de Patxi López de «no quedarnos en eso». Porque «eso» es de ahora mismo, no del pasado, y describe la discrepancia fundamental de los contendientes. Los homólogos europeos corren precipitadamente hacia la irrelevancia por no haber sabido compensar la crisis en las capas más vulnerables de la sociedad ni alzar diques de contención al galope exponencial de la desigualdad. En lo que no debe quedar un partido progresista del siglo XXI es en legitimarse por su veteranía, aunque sume 138 años, porque todo es diferente y de poco sirve lo de ayer. Las grandes coaliciones son castrantes para quienes llegan con menos peso, y la democrática Europa lo está ilustrando con crueldad.

Es hipócrita la repulsión de un compromiso exclusivo de izquierda, porque muchas presidencias del PSOE, autonómicas y municipales, han nacido de ese compromiso y funcionan con ello. El mantra de la candidata andaluza al cargar sobre Sánchez «los dos peores resultados de nuestra historia» es otra hipocresía para quienes no se ciegan al efecto de arrastre del socialismo continental. A la vista de lo que sucede afuera, milagroso parece que las pérdidas del PSOE no sean mayores. El debate ha sido interesante, ilustrativo e innovador. Como miembros de la misma familia, los candidatos han discrepado sin increparse. Lo que ocurra el próximo domingo es ahora menos conjeturable que antes, pero habrá que ver el calado de una política compartida y sancionada por la militancia, contrapuesta a la autonomìa del aparato. Parece una aportación fundamental cuando nuestro entorno refleja dramáticamente la desafección de las bases por la deriva desnortada de los dirigentes.

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