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Presidentes como manda de Gaulle

Francia ha elegido a un hombre sin partido -o casi- en la creencia de que era un buen partido para casarse electoralmente con él. Emmanuel Macron, del que nadie tenía noticia hace un par de años, se convierte así en el nuevo presidente gaullista de un país que aprecia a los políticos de carácter enérgico y a la vez galante. Si acaso, Macron rompe con la tradición mujeriega de sus predecesores; pero es que aún no se ha estrenado en el mando y quién sabe lo que puede suceder en el futuro.

Estas cosas pasan en Francia, que es república coronada y viene adoptando formas monárquicas desde los tiempos de Napoleón. Con De Gaulle la cosa se hizo más visible. Inventó una república a la medida de sus ilusiones de grandeza (que allí llaman grandeur) y la dotó de una presidencia con rasgos imperiales, solo que sin imperio en el que apoyarse. Lo bueno del sistema es que el pueblo elige directamente a su jefe de Estado y, además, lo hace a doble vuelta; para tener tiempo a rectificar.

Un sistema como el francés favorece al individuo y da un plus a los gobernantes con fuerte personalidad. Cuestión de veteranía. Militar a fin de cuentas, el líder de la Francia Libre frente a Hitler, De Gaulle diseñó un Estado semipresidencialista en el que el presidente disfruta de amplios poderes ejecutivos, nombra al primer ministro y puede disolver la Asamblea Nacional cuando le pete.

La consecuencia lógica es que todos los que sucedieron a De Gaulle en el cargo acabaron por profesar el gaullismo, tanto da si de izquierdas o de derechas. Desde el liberal Pompidou al socialista Mitterrand, hasta los rijosos Sarkozy y Hollande, los presidentes franceses han militado sin excepción en esa indefinible ideología que combina la grandeur, el amor a los epatantes monumentos y una no pequeña dosis de nacionalismo sazonada con gotas de chovinismo.

Macron, que acaba de contraer nupcias en solitario con su pueblo, cumple en apariencia los requisitos establecidos hace cincuenta años por De Gaulle para gobernar el país al modo napoleónico. El caso es que Francia sigue eligiendo presidentes como Dios y De Gaulle mandan.

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