La ley Wert fulminó la Historia de la filosofía de 2º de Bachillerato como asignatura obligatoria. Muchas comunidades autónomas blindaron esta materia, incómoda, revolucionaria e inconformista por naturaleza. La filosofía entendida como maestra de la vida, condición necesaria para proclamar esa libertad que algunos secuestran indebidamente, enemigos como son de la sociedad abierta. La nuestra sigue siendo la única comunidad gobernada por la izquierda que no reivindica el filosofar como una actividad ineludible. Cursar un Bachillerato sin reconstruir la historia del pensamiento occidental -como así ocurre con la Historia de la filosofía- nos impide estimular una cultura crítica, libre, deseable. Pensar lo pensado y aquello por pensar, ¿cómo hacerlo sin entrenamiento, sin serenidad, sin alguien que nos guíe en tan difícil menester?

Apostar por la Historia de la filosofía como metáfora de una libertad plena, lúcida, digna: «Siempre se habla de libertad de expresión, pero lo que hay que tener es libertad de pensamiento. ¿Qué me importa a mí la libertad de expresión si no digo más que imbecilidades?». Esta cita del maestro Emilio Lledó reivindica el mensaje de todo el profesorado de Filosofía, inquieto -también desconcertado- ante el futuro incierto, difuso y vacilante de una materia tan irrenunciable como incomprendida. Se intenta trabajar-jugar con las ideas, la argumentación, los diversos discursos, el diálogo entre unos y otros, sus propias contradicciones -también las nuestras, las humanas- y toda la construcción de lo que supone la historia del pensamiento.

Apuesta y defensa de esa filosofía que «hace de la estupidez una cosa vergonzosa», como recuerda el filósofo francés Gilles Deleuze, y que sólo tiene un uso: «Denunciar la bajeza del pensamiento bajo todas sus formas». La filosofía, maestra de la libertad radical, dignificadora del pensamiento, saber propio de los «despiertos», quienes meditan -o filosofan- a martillazos, emulando la actitud genealógico-crítica de Friedrich Nietzsche.

La Comisión de Educación se reúne estos días para debatir la proposición no de ley sobre la enseñanza de la filosofía. Se trata de un momento decisivo, crucial, histórico. Quizá desapercibido entre una ciudadanía distraída y olvidadiza, pero, más bien al contrario, el de ahora es un tiempo de reivindicación y defensa de algo tan decisivo como el filosofar. Nos jugamos la herencia cultural de nuestro alumnado, a saber: ejercitarlos en una cultura generosa y potente en cuanto a libertad de pensamiento, o, por el contrario, dejarlos amasar y adoctrinar por los totalitarismos de la ignorancia, la estupidez y la indecencia moral.