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Jorge Dezcallar

Los iraníes también votan

El próximo 19 de mayo, que es viernes y por tanto festivo en el mundo musulmán, se van a celebrar elecciones en la República Islámica de Irán. No son elecciones libres, a la manera occidental porque el Líder Supremo y la Guardia Revolucionaria se guardan muchas cartas en la manga. Pero son elecciones mucho más participativas que las que se hacen (o no se hacen) en otros países de la zona que, sin embargo, gozan de la protección y amistad de las democracias occidentales. Cosas de la política. En Irán se presentaron nada menos que 1.636 candidatos a la presidencia del país, pero el Consejo de Guardianes de la Revolución ha reducido la lista a solo 6: el actual presidente Rouhani, moderado, y cinco conservadores más o menos radicales: Galibaf, alcalde de Teherán y exjefe de Policía; Raisi, ex Procurador General y presidente de una poderosa fundación religiosa; y tres candidatos que aparentemente tienen menos posibilidades (un vicepresidente y dos exministros). El debate electoral se ha centrado en la economía y en el paro porque la política exterior es competencia del Líder Supremo Jamenei y no del presidente ni del parlamento. Tampoco se habla de reformas ni de corrupción aunque buena falta haría porque Irán es el país número 131 de 176 en el índice de Transparency International. El Acuerdo Nuclear concluido en junio de 2015 entre Irán y la Comunidad Internacional, conocido por sus siglas en inglés como JCPOA (Joint Comprehensive Plan of Action), ha acabado teóricamente con el aislamiento al que la República Islámica se había visto sometida desde la revolución de Jomeini en 1979, permitiéndole disponer de 100.000 millones de dólares bloqueados en el exterior y regresar al mercado del petróleo, donde ya coloca 4 millones de barriles/día que es lo que vendía en época del Shah. Ahora Irán pretende recobrar el papel hegemónico regional que siempre tuvo como gran imperio y cabeza de fila de los musulmanes chiítas (10% del total) y eso es algo que pone nerviosos a muchos, comenzando por Israel (al que Teherán denomina despectivamente "la entidad sionista") y continuando con Arabia Saudita, cabeza de fila de los musulmanes sunnitas. Tampoco gusta a los norteamericanos el apoyo que Irán da a Bachar al Assad en Siria, a los houthis en Yemen, y a Hizbollah en Líbano (todos ellos emparentados con los chiítas). Donald Trump está obsesionado con Irán y hubiera querido abrogar el JCPOA, pero como no ha podido le ataca por su execrable política de derechos humanos (el país con más ejecuciones per cápita del mundo, más de mil solo en 2016), por el desarrollo de misiles balísticos, por sus intromisiones en Yemen o Siria, y por la amenaza que supone para la navegación en el Golfo Pérsico. El Congreso norteamericano acaba de extender por diez años la vigencia de la Ley de Sanciones a Irán, ha declarado que la Guardia Revolucionaria es una organización terrorista (con todas sus consecuencias), y ha impuesto más sanciones al comercio con Irán, país que sigue sin poder acceder al sistema financiero norteamericano. Este acoso complica bastante que el candidato moderado Rouhani presente como un éxito el Acuerdo Nuclear, que era su principal baza si hubiera permitido la normalización de las relaciones de Irán con el mundo y una mejoría en las condiciones de vida de una población que lleva muchos años pasándolo mal. Con un PIB que es un tercio el de España, Rouhani presumía de un crecimiento del 7,6% (aunque sin el sector energético se queda en el 1%) y en haber dejado la inflación en un dígito por vez primera desde 1979. Y eso son logros importantes, pero el paro no ha disminuido sino que ha subido el último año del 11% al 12,4% y entre jóvenes llega al 30%. A pesar de sus esfuerzos Rouhani no ha logrado superar el triple choque de la herencia de la guerra contra Irak, de los excesos de la revolución de Jomeini y de la combinación letal de sanciones internacionales en un contexto de bajo precio del petróleo. La consecuencia es que el PNB es hoy menor que hace cinco años y que la renta disponible en el bolsillo de los iraníes, ajustada a la inflación, es también menor que en 1979. La gente no está contenta y por eso solo el 42% de los iraníes aprueba la marcha de la economía, lo que curiosamente es el mismo porcentaje de gente que en los EE UU apoya la gestión de Donald Trump. En los debates electorales, Ghalibaf ataca a Rouhani por su gestión económica y él le responde que no ha presidido 5.000 ejecuciones como jefe de Policía. Así de caliente anda el ambiente. El propio Líder Supremo Jamenei ha descendido a la arena electoral para criticar a Rouhani e indirectamente favorecer a los conservadores. Ha dicho que el JCPOA no ha mejorado la vida de los iraníes y ha abogado por una "economía de subsistencia" basada en una especie de autosuficiencia al margen del mundo y de las sanciones. También quiere disminuir importaciones y aumentar las exportaciones. No parece una receta atractiva. Que Alá reparta suerte. Irán es un gran país y la merece, pero la suerte hay que trabajarla y sería inteligente por su parte buscar un acomodo con la comunidad internacional en lugar se seguir políticas que le abocan a un orgulloso aislamiento. Porque a fin de cuentas es su población la que sufre.

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