Siempre he manifestado mis dudas sobre las bondades de las primarias en los partidos políticos. Ahora parece que la celebración de las mismas es una decisión irreversible. Antes de continuar, quisiera dejar claro que previamente a este invento y desde su fundación por Pablo Iglesias, el PSOE ha sido auténticamente democrático.

Dice nuestra Constitución en su artículo 6 que la estructura interna y funcionamiento de los partidos políticos deberán ser democráticos. Es necesario, creo, reformar la legislación actual para establecer garantías de democratización interna en el seno de los partidos. La cuestión estriba si el establecimiento de las primarias contribuye a ello y es, como así se dijo, «una fiesta de la libertad».

También parece evidente que los ciudadanos acogen positivamente esta medida al interpretarla como un avance en la democratización de la vida pública. Los norteamericanos, inventores del procedimiento, dejan plena libertad a los candidatos para que elaboren sus programas al margen de la disciplina del partido, que nada tiene que ver con la selección de sus dirigentes públicos, creando un espacio de debate entre alternativas distintas que compiten entre sí.

Parece que no es este el caso del PSOE. En los estatutos aprobados en su 36 Congreso Federal se establecen las elecciones primarias en los municipios de las capitales de provincia y en aquellos de más de 50.000 habitantes. Pero en su artículo 49 establece cautelas evidentes tratando de remediar peligros del procedimiento.

Os expreso mis dudas sobre la bondad del sistema.

Primero. Las primarias cerradas tratan de escoger un líder que, con su mayoría obtiene poderes extraordinarios que le confieren la capacidad para modelar el aparato a su conveniencia. No hay un enfrentamiento de programas, sino de personas. Sin embargo, esta ansia de democratizar no les conduce a someter los cargos internos al mismo procedimiento. Se trata, pues, de acentuar la personalización en la política produciendo así claros efectos antipartido.

Segundo. Es evidente que el procedimiento tiende a la fragmentación de la organización, fomenta las rivalidades entre las corrientes que apoyan y presentan a sus candidatos. Para influir en el mayor número de indecisos, los electores, fundamentalmente los más significados, hacen público su apoyo y ello evidentemente perjudica la cohesión del partido. Son visibles las disputas internas en lugar de crear un clima de negociación, consenso y compromiso en momentos en que los esfuerzos deben concentrarse en afrontar los desafíos externos, no los internos.

Tercero. Las primarias reducen, cuando no anulan, la importancia que tienen los contenidos, programas e ideologías en la decisión electoral. Para el candidato, la estrategia más segura es la ambigüedad programática. Nadie expone decisiones políticas y diferenciadoras. Pasan de puntillas sobre el debate interno, atacando insistentemente al partido contrario. A falta de información sobre la ideología singular de los candidatos, los militantes electores suelen optar por apoyar al candidato que tenga más visos de ganar con el fin de demostrar que el partido está unido. Así pues, los candidatos multiplican las afirmaciones de que su victoria está cercana con el fin de generar la conveniencia del voto útil.

Si se generalizase este procedimiento en todos los partidos, debería reformarse la Constitución, pensada para la presentación de listas cerradas y para evitar la fragmentación política. Parece, como dije al principio, que es una decisión inevitable. Esperemos que cause los menos daños posibles.