Nuestra joven democracia ni habría tenido lugar, ni podría explicarse sin situar a los partidos políticos en el centro del sistema. Bien es cierto que en la actualidad se observa un notable deterioro de los partidos en España, que han merecido numerosas críticas y la pérdida de confianza de grandes sectores de la ciudadanía española, por razones que son bien conocidas en las que no es necesario insistir. Y en esta situación surgen voces airadas que claman contra los partidos políticos y que postulan, incluso, su desaparición. Pero dichas voces no son capaces de articular un nuevo modelo de representación política de los ciudadanos. Se trata de los negacionistas de los sistemas democráticos que, amparados en la crisis de los partidos políticos, inscrita en una crisis mayor de nuestras sociedades, quieren prender fuego a todo el edificio democrático, y después ya veremos.

Pero el caso es que, en la actualidad, frente a los sistemas políticos que se fundan en el pluralismo y la representación de los ciudadanos a través de los partidos políticos no tenemos otra cosa que no sean sistemas dictatoriales que manipulan las masas de ciudadanos mediante sistemas plebiscitarios que acaban trayendo, antes que después, la miseria y la ausencia de derechos y libertades públicas. Los partidos políticos españoles están en crisis, por lo que es necesario aplicar medidas que sanen las partes enfermas, pero sin amputarlas. Uno de los remedios que están introduciendo algunos partidos políticos son las primarias para elegir a sus dirigentes y candidatos a las convocatorias electorales.

La Constitución exige en su artículo 6 que la estructura interna y el funcionamiento de los partidos políticos sean democráticos. La exigencia es muy oportuna porque de otro modo un sistema democrático como el nuestro estaría aceptando la existencia de organizaciones contrarias a la democracia. Y el modelo adoptado por la inmensa mayoría de partidos políticos hasta fechas recientes ha sido el representativo. Así las cosas, los partidos políticos están obligados a que internamente rija la democracia, particularmente la democracia representativa, en consonancia con el modelo democrático que rige para nuestras instituciones políticas.

Las primaras que se están practicando en la actualidad por algunos partidos políticos en España se alejan del modelo representativo y se corresponden a una concepción plebiscitaria cerrada, pues en las mismas solo pueden participar los militantes de los partidos en cuestión. Es decir, se excluye a los simpatizantes o posibles votantes de los partidos en cuestión, salvo en algunos casos puntuales.

Pues bien, a fuer de ser políticamente incorrectos diremos que las primarias, tal como se están practicando en España, alejan a los partidos políticos de las funciones que para los mismos prescribe la Constitución. En efecto, los partidos políticos son fundamentales en la medida en que permitan a los ciudadanos identificar con claridad las diferentes opciones políticas que una sociedad tiene. De manera que la exigencia de democracia interna de los partidos políticos no significa que los partidos políticos puedan amparar diferentes opciones políticas; esto sería contrario a su misma esencia. Sería confundir la militancia con la sociedad. La sociedad española es pluralista, un rasgo típico de las sociedades democráticas, pero los partidos políticos por su propia naturaleza no pueden ser pluralistas, deben postular una determinada opción política clara, que debe poder contraponerse fácilmente a las de los demás partidos políticos. Si esto no es así, si los partidos políticos permiten que convivan diferentes opciones dentro de los mismos lo único que consiguen es la desconfianza de los ciudadanos y su deserción. El caso reciente del Partido Socialista francés en que se enfrentaron Valls y Hamon, postulando dos versiones distintas del socialismo, es uno de los factores que han conducido al mencionado partido a los peores resultados electorales a lo largo de la V República. En el caso francés, el enfrentamiento llegó al punto de que Valls se desmarcara de su partido y recomendara a los militantes socialistas que dieran su voto a Macron.

Así, junto con los daños colaterales de tipo electoral que pueden producir, las primarias ocasionan daños en el centro mismo de los partidos políticos. Las primarias producen un efecto contrario al deseado al menos en dos sentidos igualmente graves. Por una parte, ponen al descubierto la endeblez de la opción política que un partido debe mostrar. Pues cada uno de los candidatos, para diferenciarse de los demás, postula versiones diferentes de la opción política en cuestión; generando enfrentamientos entre la militancia de difícil sanación posterior. Y, lo que es más grave, mediante las primarias se postula una versión caudillista de la política en que lo importante son los candidatos por encima del capital político que el partido político haya podido acumular a lo largo de los años.

En el caso de España, las primarias del PSOE son el paradigma de lo que venimos diciendo. Los candidatos a la secretaría general han fracturado gravemente a la exigua militancia, que será difícil recomponer tras dos sucesivas primarias a la Secretaría General y a encabezar la candidatura a las elecciones generales. Por otra parte, el largo proceso de las primarias ha dejado descabezado al PSOE, que ha desaparecido de la escena parlamentaria y social en el último medio año. Y, entre tanto, uno de los grandes beneficiarios de las primarias socialistas, el Partido Popular, pese a los casos de corrupción en que está inmerso, duplica en militancia al PSOE y ofrece una visión sin fisuras de su proyecto político. Los ciudadanos españoles que voten al PP en las próximas elecciones sabrán con claridad lo que votan. Pero lo ciudadanos españoles que rechazan las políticas del PP, todas o algunas de ellas, ¿tienen a quién votar? ¿qué propone el PSOE? se preguntarán, y será difícil que encuentren una respuesta clara después de escuchar no una sola voz, no un solo pensamiento político, sino varias voces con diferentes mensajes. Y esto nos lleva de nuevo a la cuestión principal: lo importante en una sociedad democrática es que las opciones que presentan los distintos partidos políticos sean claras y unívocas, y lideradas por personas inteligentes y honestas. Cuando la claridad y falta de unidad están ausentes, sucede lo que ha acontecido en Francia al Partido Socialista. Y en esas circunstancias hemos podido ver como Macron y Le Pen han ganado la partida. Uno alzándose entre las ruinas de un partido conservador y las del socialista. Y, la otra, capitalizando no solo a los militantes de la extrema derecha, sino a gran parte de los de la extrema izquierda. La falta de visión de los dirigentes del Partido Socialista francés que han confundido a su militancia con la sociedad francesa es la causa principal de su derrota.

Las enseñanzas francesas no son aplicables plenamente al caso español, pues, aunque En Marcha pudiera parecerse a Ciudadanos, la proyección de este último es mucho más limitada, y aunque los extremos se tocan se aprecian diferencias notables entre el partido de Le Pen y el de Iglesias. Pero no debe olvidarse el refrán español de que «cuando veas las barbas de tu vecino pelar, pon las tuyas a remojar».