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Vivo cantando (hey)

Five points! Cinc points! (pronunciado sencpúang) nos han colocado en menos que canta un gallo por quinta vez en la historia de la lentejuela europea, en el farolillo rojo. Los últimos, otra vez.

Como cuando Conchita Bautista (que vocalista más pizpireta) o cuando en el 83 Remedios Amaya cual Sandie Shaw calé, se mostró incompetente ante uno los temas más chirriantes de la música popular contemporánea. Una melodía que de pura falta de armonía despeinó al mismísimo José Luis Uribarri, el gran oráculo eurofestivalero. Seguro que recuerdan aquel «Quien Maneja Mi Barca», versión ochentera de «Quien me pone la pierna encima» a la que ni las Grecas le hubieran sacado punta. Aunque la Eurovisión de mi vida, lo confieso, fue la del 75 con Sergio y Estíbaliz en aquel edulcorante «Volverás» del gran Juan Carlos Calderón (nuestro Lalo Schiffrin). Estíbaliz Uranga lucía radiante con aquellas coletas de india euskalduna y ese traje de «La Casa de la Pradera». Que años aquellos, con Franco agonizando y aquellas irrepetibles chuletas de la Venta de Toni en Rótova.

También vivimos otros años gloriosos: el de Massiel con su Courrèges, Mocedades (nuestros Mamas and The Papas) con «Eres Tú» y por encima de todos aquel ex aequo increíble en el que estuvo nuestra Salo, la gran Salomé y su legendario «Vivo Cantando». Que canutillos (de Pertegaz), que flequillo, que sincopados contoneos, que personalidad en la voz y dirige la orquesta... ¡el maestro Algueró! Puro Eurovisión amigos, vibrante.

Salomé, nuestra Salo también tuvo su lugar en la historia reciente de Televisió Valenciana. Nacida en Barcelona, su padre era de Rafol de Salem. La pequeña Maria Roseta pasaba sus veranos en el secano de la Vall de Albaida y guarda imborrable recuerdo de ellos.

Me encanta cuando suelta su genio y ese desdén muy de artista de quien le importa un rábano lo que piensen de ella. «Que sea feliz y que me deje en paz. Mandemos a Bakú a Massiel. Así la haríamos feliz». Se lo puso clarito a «la Massi» en una de sus reyertas más sonadas. (Acotación al margen: de todos los incontables y variopintos invitados-as que tuve en suerte en aquella «Tómbola» del mundo, les aseguro que Massiel ha sido la única que ha estado un par de veces a punto de sacarme de mis casillas). Llega a ser definitivamente insorportable. Massiel, no Salomé.

Salo estuvo en un tris de convertirse en nuestra María Teresa Campos, pero le faltó oficio en lo de presentar. Porque eso si, tablas todas. Fue telonera de Frank Sinatra, no les digo más. Y sin tener ni repajolera cantó en euskera y hasta en serbocroata. Era como la mamma de los presentadores de la casa (de los que presentábamos programas al menos).

Recuerdo reirme mucho con ella, de su ironía de veterana. Tenía una mirada profunda, de color indescifrable. (Ahora que lo pienso ¿Llevaría lentillas de colores?) Hizo de aquel plató el salón de su casa con techos altos «En companyia de Salomé» y comentó en el magazine «Matí Matí» lo que le vino en gana de lo que se pusiera por delante. Leyendo a Ferràn Cano en su columna he descubierto que extravió los canutillos del Pertegaz de Salomé recibidos de la propia diva como presente incunable. Que irreparable pérdida amigo. Hace poco nos vimos en el Olympia con motivo del centenario del mítico teatro. Y allí estaba ella como siempre, con su sonrisa de artista, con su gesto cariñoso y con su Sebastián (hermano gemelo del primer novio de la Jurado). Salomé es nuestra historia, un respeto.

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