La denominación de la calle donde cada persona reside posiblemente constituya uno de los datos que más cita a lo largo de su existencia. Junto a su nombre y apellidos, edad y número de documento nacional de identidad, configura su retrato público y administrativo. También contribuye a forjar su carácter, su desarrollo social, sobre todo cuando vive décadas en el mismo lugar.

He crecido en la calle Salvador Cortils de València, una de las 51 vías urbanas que el actual equipo de gobierno ha decidido rebautizar. En este caso como Mariano Carsí. Se halla ubicada dentro del conocido como Grupo Antonio Rueda, definido por su singular arquitectura, sus espacios peatonales y por haberse convertido en punto de confluencia e integración en la ciudad de cientos de familias procedentes de otras poblaciones o autonomías.

Las miles de veces a lo largo de mi existencia que he mencionado Salvador Cortils no lo he hecho evocando la figura de un desconocido militar. Con el paso de las décadas y los siglos, el nombre de una calle trasciende el personaje que lo llevó y forma parte de un universo colectivo, de un símbolo existencial para las miles de personas que residen, trabajan o pasan con frecuencia por allí. No creo que quien explique a un convecino cómo llegar a la avenida Pérez Galdós lo haga pensando en un escritor. O quien aluda al Doctor Beltrán Bigorra apele al médico. Su nombre pervive al margen de lo que fueran o dejaran de ser sus portadores originales. Ahora forma parte de la cotidianidad de otras personas.

Salvador Cortils representa una etapa de mi vida. Nombrar esta calle me retrotrae a las partidas de chapas con mi amigo Joaquín, a la visión de la señora Amparo con su perrita Venus, a la bondad de Angelita, la vecina que alimentaba mi colección de sellos, al resbalón que tuvo mi abuela Damiana al intentar devolver un balón de fútbol, a las risas en el instituto con mi vecino Javi y a un sinfín más de vivencias.

Supongo que lo mismo sucede con las personas a las que he citado y con muchas otras. Nunca escuché a nadie hablar de Salvador Cortils como un militar o alguien vinculado a un régimen pasado. Para todos, y aquí recupero la expresión de Ortega y Gasset definitoria de una nación, constituye una suerte de unidad de destino. Un espacio que compartíamos y donde, principalmente, vivíamos, crecíamos o envejecíamos. Forma parte de nuestra idiosincrasia. Rebautizar la calle como Mariano Carsí -sin dudar de los méritos que pueda haber contraído el citado doctor- le hace perder todo su valor simbólico.

Más pragmático resultaría encontrar un punto equidistante. Si el equipo de gobierno quiere cambiar la denominación de una calle, puede hallar palabras evocadoras que la representen. Por ejemplo, calle de los juegos, de las enredaderas o plaza del descanso. También tiene la posibilidad de escoger el nombre de una persona o de una asociación que haya trabajado por la calle o por el barrio. Y, en el supuesto más democrático, ofrecer una terna de opciones para que los vecinos, quienes han de referirse a esa denominación miles de veces a lo largo de su vida, voten y decidan.