Tras la primarias socialistas, la mayoría de los militantes ha dejado claro que quiere ver fuera de juego a las viejas glorias que lideraron el partido en los años de euforia socialista. Las bases han dicho que no les gusta el Felipe González que navega en yate, ni el señorito José Bono. En cierto modo, la militancia, más que un sí al pedrismo ha sancionado con un no rotundo al giro conservador y a lo que representan la gestora y todos los que apostaron por Susana Díaz, los mismos que defenestraron a un secretario general elegido por las bases.

Una lectura reflexiva apunta a que más que ganar Pedro Sánchez, han perdido quienes han convertido el PSOE en un partido de centro izquierda cuya cúpula escora hacia un neoliberalismo distante de las preocupaciones de los militantes. Circunstancia que si bien durante el zapaterismo quedó eclipsada por sus logros sociales (leyes de igualdad, contra la violencia de género o legalización del matrimonio homosexual) se agravó con la nefasta gestión de la crisis.

En este contexto, a Sánchez le toca asumir la responsabilidad de afrontar un liderazgo que sólo será fructífero si unifica las dos fracciones que hoy dividen al PSOE. Pero no todo depende de él; la carga tambén recae sobre Díaz quien, frustrada por haber ganado sólo en Andalucía y no en los territorios donde daba por segura su victoria (Comunitat Valenciana, Extremadura, Castilla-La Mancha, Aragón, Asturias?) reaccionó culpar de la derrota a los barones que, según ella y su equipo, no han sabido captar votos como le prometieron.

Desde el pedrismo, la diputada asturiana Adriana Lastra (que junto con el valenciano José Luis Ábalos ha coordinado la campaña de Sánchez y son los dos nombres que más fuerte suenan en el nuevo PSOE) ha plantado cara al pedir que los barones que apoyaron a Díaz pidan «disculpas» a su militancia. Dice Lastra que la derrota «ha sido una lección ejemplar para muchos de esos barones, porque han dejado de representar a sus militantes. No sé qué precio tienen que pagar, pero sí pediría que pidieran disculpas a la militancia». Es fácil colegir que Sánchez tiene ante si una papeleta difícil cuando la solución a la crisis que atraviesa el partido no depende sólo de él, sino también de la nobleza con que los perdedores asuman su derrota, su humildad para unirse a un nuevo proyecto y su disposición para retirarse con elegancia antes de que se tenga que prescindir de ellos (Antonio Hernando ha allanado el camino en este sentido).

Si el primer reto era recuperar la ilusión de la militancia —algo que al parecer se ha conseguido— el siguiente debería ser cohesionar las tendencias contrapuestas del partido y priorizar el objetivo de sacar a Rajoy de la Moncloa recuperando los votos fugados a Podemos como consecuencia del conservadurismo experimentado por el PSOE durante los últimos años. El tiempo nos dirá si Pedro Sánchez es capaz de conseguir lo que el PSOE necesita para convertirse en el partido fuerte que fue en las dos últimas décadas del pasado siglo, y si es él la persona adecuada para liderar el socialismo del siglo XXI.