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El post-PSOE

Hay una pulsión histórica en la izquierda española que tiende a rechazar lo establecido. Piensen, por ejemplo, en lo que ha ocurrido de forma habitual cuando se han celebrado primarias en el PSOE: Borrell contra el aparato o Zapatero contra Bono. Y esto mismo es lo que volvió a suceder el pasado domingo, cuando Pedro Sánchez logró recuperar el poder socialista frente a la candidata oficialista, Susana Díaz. El rechazo de la realidad, precisamente porque resulta incómoda o injusta, forma parte del ADN más íntimo de la izquierda; así que este sentido particular del voto no debe extrañarnos. Sánchez supo ofrecer un relato ceñido a un eslogan, «no es no», y a un estigma, el odio al partido de la derecha convertido en el mal por excelencia, en la iniquidad personificada en unas siglas y unos dirigentes. Era -y es- un eslogan sectario, que ejemplifica algunos de los peores vicios del populismo democrático: creer que sólo unos -y no los otros- representan realmente al pueblo; dividir a los ciudadanos en buenos y malos, en casta y gente; negar la posibilidad del consenso y del encuentro, aunque sea en ese mínimo común denominador que es la ley. Pero, al mismo tiempo, es cierto que Sánchez tenía enfrente un vacío ideológico, alguien carente de discurso y de carisma que no supo ni quiso defender el enorme acto de generosidad democrático que fue la abstención. Ese temor vertebral que recorría de arriba abajo la candidatura de Susana Díaz nos habla de la profunda crisis ideológica de los socialistas, al igual que la dureza del discurso de Pedro Sánchez nos indica que el futuro del partido probablemente no será mejor. La división interna del PSOE refleja en muchos sentidos el drama de la España actual.

Ninguna historia es lineal y, en este caso, la paradoja latente reside en que el nuevo secretario general de los socialistas se encuentra en manos de Rajoy. Sánchez necesita tiempo para afianzar su liderazgo e imponerse sobre los focos de resistencia interna que existen y no son pocos. Sánchez sabe que tiene que reconstruir el partido en torno a su liderazgo y eso requiere programa, equipos, cierto sosiego y, sobre todo, tiempo. Y Rajoy puede desbaratarle el calendario si opta por adelantar las generales a finales de este año o a inicios de 2018. De hacerlo, cogería al PSOE con el pie cambiado y con los números de la economía todavía a favor del gobierno. Es una opción que no resulta descartable, más aún si el PP logra finalmente aprobar los presupuestos de este año.

Pero también hay que contar con la psicología del presidente del Gobierno, poco dado a acelerar los tempi de la política. Rajoy sabe que sin hacer nada se hace mucho, sobre todo cuando se controla el centro del campo y los adversarios empiezan a ponerse nerviosos. Los bandazos ideológicos de Sánchez -primero con Cs, y más tarde con Podemos y los nacionalistas- sugieren que el PSOE necesitará un tiempo para reencontrar una identidad. España -y también Europa- necesita una socialdemocracia moderna, adaptada a los tiempos y no la encontrará en el pasado, aunque tampoco aferrándose a eslóganes caducos. El post-PSOE debe dejar atrás el «no es no», para suturar sus heridas internas. Ya cuentan con un líder, ahora precisan un programa y recuperar credibilidad. Se trata, claro está, de un trabajo de alto riesgo.

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