Han pasado ocho meses de vía crucis socialista pero el miércoles el destronado Pedro Sánchez volvió a su despacho de Ferraz. Dos preguntas. ¿El retorno era obligado? ¿Será positivo para el PSOE y para España?

La respuesta a la primera pregunta es que sí. Ha sido casi obligado teniendo en cuenta dos factores. Uno, la tenacidad y capacidad de pedalear cuesta arriba que ha demostrado el líder derrocado. Dos, la ausencia de una candidatura contraria con discurso. En la gestora ha habido dos personas que han cumplido. Javier Fernández, que esbozó un discurso de fondo diciendo algo que Sánchez deberá tener en cuenta, que la prioridad del PSOE debe ser defender un Estado del bienestar viable, que es el patrimonio de los que no tienen patrimonio. Y Antonio Hernando, que ha ejercido con profesionalidad un ingrato papel. Pero la candidata contraria ha sido incapaz de articular una política alternativa. Fotografiarse con los barones cascarrabias y con las viejas glorias -algunas muy respetables- y repetir machaconamente que «el PSOE es mucho PSOE» no basta en la España del 2017.

Y, batalla personal aparte, sobre el tema de fondo de no vetar la investidura de Mariano Rajoy había razones a favor y en contra. Lo que nunca se debió hacer es imponer la abstención a costa de partir el partido por la mitad, desilusionar a muchos electores progresistas -radicales o moderados-, dar argumentos a Podemos cuando habla del PPSOE como el sistema, y menos todavía a través de lo que el ocurrente Josep Borrell calificó de «golpe de Estado de un sargento chusquero». Es más, admitiendo que aquel «golpe» hubiera sido necesario -que es mucho admitir- luego era urgente cerrar heridas, no tirar sal sobre ellas. La investidura de Rajoy quedaba asegurada con el voto en contra de todo el PSOE y la abstención -sólo para evitar terceras elecciones- de unos pocos diputados. Se prefirió el golpe de timón y no pacificar. Y Sánchez ha demostrado -lo decían todas las encuestas- sintonizar más con el sentir de la militancia. Y aunque la gestora ha hecho cosas responsables para que España no quedara paralizada -como aprobar el techo de gasto a cambio de un aumento del salario mínimo del 8 %-, los sucesivos escándalos del PP de Madrid, con la entrada en prisión del poderoso Ignacio González, expresidente de la Comunidad, no podían sino favorecer al líder que dijo no al PP.

Y en la derecha española faltan toneladas de finezza porque, caso contrario, habrían tenido que saber que las baratas intoxicaciones de los medios de derechas contra Sánchez, al que se calificaba de peligroso izquierdista y de ser una veleta, sólo podían favorecerle.

Segunda pregunta: ¿Será positivo para el PSOE y para España el regreso de Sánchez? El camino no está escrito, «se hace al andar». En principio es bueno, para el PSOE y la estabilidad del sistema, que el líder de la oposición sintonice con los deseos de su electorado. Y Sánchez no es un izquierdista. Intentó gobernar con un programa pactado con Albert Rivera y Luis Garicano. Y fracasó porque el PP, Podemos y los independentistas se pusieron de acuerdo -y votaron- que preferían a Rajoy. O que exigían la luna y -como diría Felipe González- dos huevos fritos más.

Cierto que en el PSOE hay tentaciones de una política económica alternativa. Pero la socialdemocracia europea no es Syriza. Además Alexis Tsipras -tras perder un tiempo precioso gesticulando- está haciendo la misma política que Rajoy. La recomendada por Bruselas. Y Sánchez no ignora lo de Emmanuel Macron en Francia. O lo de Alemania. Todo político informado sabe que en el euro -y ni Tsipras quiso salir- el margen -por suerte- no es muy amplio.

Otra cosa es la estabilidad. Desde las elecciones del 2015 sólo hay dos presidentes posibles: Rajoy y Sánchez. Todo lo otro es paisaje. Rajoy cree que tiene derecho a gobernar porque es el primer partido (aunque no tiene mayoría) y que le avala la marcha de la economía. Y ha ganado. Sánchez no hará de pirómano -por ejemplo, respecto a Cataluña- pero no le va a facilitar las cosas. Cree que Rajoy está incapacitado por los macro-escándalos de corrupción y que ha tensionado y encanallado muchos conflictos políticos.

Y puede creer -como Rajoy contra Zapatero cuando el proceso de paz, el Estatut y la austeridad del 2010- que su única prioridad es acabar con el contrario. Se equivocaría, como Rajoy antes, pero parece que es una constante cainita de la política española. A quien a hierro mata, a hierro le intentan liquidar.

Estado de emergencia

El presidente Trump -cada vez con más problemas internos- ha visitado Arabia Saudí, Israel, al papa Bergoglio e incluso ha estado algo más de un día en Bruselas, la capital de la Unión Europea que hace pocas semanas decía que era algo condenado a desaparecer. Creía en la victoria de Marine Le Pen pero el viernes almorzó con Emmanuel Macron. Incluso el presidente americano más excéntrico tiene que adaptarse a las realidades que no le gustan.

Pero la noticia de la semana ha sido el brutal atentado de Manchester. El autor era un joven de origen libio pero nacido en Gran Bretaña, ligado al parecer a una red islamista. El control de las fronteras -tan reclamado por el populismo de derechas- ya no sirve porque muchos terroristas de los que atacaron en los últimos meses en París, Berlín y Londres han nacido en Europa e incluso tienen nacionalidad francesa, alemana o inglesa. Y expulsar a los inmigrantes, o a los hijos de inmigrantes, es inviable. Y si fuera posible acabaría con los regímenes democráticos europeos y sería además un golpe mortal a sus economías. La conclusión es que tendremos que adaptarnos y acostumbrarnos a convivir -bastante mal- con este terrorismo de origen religioso y especialmente peligroso porque ahora el terrorista maneja dos instrumentos: el arma -desde un autobús a una bomba- con la que comete el crimen y su propia vida. Los españoles sufrimos y convivimos -mal- con el terrorismo de ETA. Pero teníamos una ventaja: los etarras no se inmolaban.

Y será un terrorismo muy difícil de combatir. Habrá que incrementar los medios y efectivos de los cuerpos de seguridad, y todavía más los de los servicios de inteligencia. Y adaptar las legislaciones a un entorno más peligroso. El nuevo presidente francés acaba de prorrogar hasta noviembre el estado de emergencia que Hollande decretó en 2015. La democracia se va a transformar, las garantías ciudadanas van a tener que adaptarse a más medidas de seguridad y más controles policiales. Y los partidos democráticos son los primeros que tienen que defender esta adaptación -no exenta de peligros- porque la seguridad es una muy comprensible exigencia ciudadana. Difícil, además, de garantizar.

El vil y brutal crimen de Manchester y la prolongación del estado de emergencia en Francia son dos hechos que anuncian el mundo de los próximos años que -no sin precauciones y reparos- tenemos que abrazar para intentar dominar. O trabajan bien los partidos democráticos o estarán dando un argumento de peso a los populismos más irracionales.