En una agradable tertulia, un grupo de mujeres nos reunimos hace poco para conversar sobre la ciudad, sobre nuestra ciudad, vista y sentida desde nuestro particular modo de ver y sentir. De la necesidad de repensar nuestro hábitat acabamos planteando una serie de inquietudes y modestas reivindicaciones que ahora nos animamos a compartir en este texto.

Empezamos por reconocer, que no justificar, que los espacios en los que desarrollamos nuestras vidas, tanto los privados como los públicos, han sido tradicionalmente diseñados por hombres, pensados por y para un ciudadano tipo que goza de buena salud, tiene trabajo y un cierto nivel económico y usa habitualmente el coche. Pero hombres y mujeres utilizamos de manera diferente la ciudad, por los roles que a nosotras se nos vienen atribuyendo históricamente. Así se han priorizado unos usos frente a otros, ignorando la diversidad y las necesidades de determinados grupos sociales y colectivos, requisito indispensable para que todos podamos desarrollar una vida digna y en condiciones de igualdad.

Así que el primer paso consiste en hacer patente y visible esta situación de discriminación, para avanzar hacia una ciudad más igualitaria, amable y sostenible. Por eso reclamamos diseñar viviendas, calles, barrios y espacios libres, a una escala más humana e inclusiva. Para ello, la planificación urbana ha de satisfacer las necesidades cotidianas de todas las personas en las sucesivas fases de sus vidas -desde la infancia hasta la vejez- con especial atención a los colectivos más vulnerables. Ese es el sentido específico y crítico que aporta la visión de las mujeres frente al urbanismo dominante.

En Europa, aplicar la perspectiva de género al urbanismo no es una tendencia tan reciente y resulta ya imparable. Ciudades como Viena llevan desde los años 80 aplicándola con beneficios evidentes, donde la participación ciudadana se ha convertido en una herramienta fundamental al dar voz a colectivos históricamente silenciados como las mujeres, los niños o las personas con diversidad funcional.

Esa nueva visión crítica de la ciudad se puede entender si analizamos cuáles son las tareas que hoy por hoy siguen siendo desempeñadas mayoritariamente por mujeres: la conciliación familiar, la administración de la casa, la atención a niños y mayores, el trabajo doméstico o las compras. Todo ello nos lleva a usar de manera diferente la vivienda y el espacio público. Caminar o moverse en transporte público tienen acento básicamente femenino.

La reflexión nos lleva a preguntarnos en qué tipo de ciudad queremos vivir, y si vamos en la dirección correcta. Alertamos sobre el riesgo de que nuestro centro histórico se convierta en un espacio excesivamente dedicado al turismo, lo que incomoda y acaba expulsando a sus vecinos, arruina el comercio de proximidad, impide la apropiación relajada de calles y plazas, sube los precios básicos, elimina la variedad tradicional y la identidad de nuestro paisaje, favorece en suma la especulación y las facilidades para los grandes inversores. Lo estamos viendo con la invasión de terrazas ligadas a la hostelería o el descontrol de horarios y espacios para la carga y descarga.

No solo en el centro, también nos preocupan los problemas de convivencia en el Cabanyal, las necesidades urgentes de regeneración urbana en esta y otras zonas de la ciudad. Y nos inquietan las diferentes muestras de incivismo y la falta de respeto en el ámbito de lo público, que tienen su reflejo en el comportamiento de algunos conductores, de algunos ciclistas o de dueños de animales. Unas conductas que van asociadas, en nuestra opinión, a la falta de civismo, pero también al déficit de control y vigilancia por parte de los responsables públicos.

Apostamos por un cambio cultural hacia una ciudad mejor, que pueda generar bienestar y autoestima entre sus vecinos. Y también por abandonar los proyectos grandilocuentes y priorizar los de pequeña escala: recuperando la vegetación en calles y plazas, creando zonas de descanso, aumentando los lugares aptos para los niños, facilitando la accesibilidad universal en instalaciones y en la calle; limitando sustancialmente el uso de vehículos motorizados, recuperando espacio para las personas. Tan sencillo como diseñar la ciudad preguntando a quienes mejor conocen sus necesidades cotidianas. De esta manera también los visitantes encontrarán la ciudad más atractiva y respetable.