Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La tramposa corrupción del Madrid y el Barça

Uno podría imaginar que tratándose de deporte, la lid que necesariamente necesita del juego limpio para ser creíble y moral, su territorio no estaría al alcance de la corrupción. Hombre, ya sabemos que con la proliferación de las casas de apuestas online algo podría pervertirse. Eso es comprensible, y a estas alturas todavía estamos esperando alguna regulación sobre un tipo de vicio, el de las apuestas deportivas, que ha empezado a trufarse de mangarrufas y amañadores de partidos como en tiempos del boxeo gansteril.

El control de esas apuestas o de los deprimentes casinos que dominan la parrilla nocturna de las televisiones no debería ser una cuestión de hacienda, sino de salud pública. Y de la UCO. Pero no nos referimos a las circunstancias del juego por dinero, donde el deporte es lo de menos, sino al propio deporte, aquel que el barón Pierre de Coubertin propuso con unos valores inviolables: «Lo importante en la vida no es vencer, sino esforzarse por conseguirlo»; participar antes que ganar es la filosofía de aquel pedagogo que fue el impulsor de los primeros Juegos Olímpicos de la modernidad.

Pero el deporte, un sano sustitutivo de las confrontaciones bélicas entre humanos, ha evolucionado en las últimas décadas hacia un exceso de pasión y una hiperinflación profesional y económica. Como antaño lo fueron en la antigua Grecia, los deportistas de élite hoy en día son héroes sociales sin parangón, a los que se regala una vida de dinero y famoseo como si fueran semidioses aunque buena parte de los mismos viven bajo el síndrome de Peter Pan: se niegan a madurar para ser eternamente inocentes.

A ellos, jóvenes en su mayoría sin formación, tan venerados como pueriles, les suponemos en estado de inocencia, pero no así a sus entornos. Padres, hermanos, tíos y/o agentes además de asesores y amiguetes conforman una constelación que rodea a los grandes futbolistas, dirigen su trayectoria profesional y suelen tomar el mando de las operaciones financieras y patrimoniales de los jugadores. En ese pastel de cientos de millones meten mano también muchos directivos de los más poderosos clubes deportivos.

El resultado delictivo de tal conglomerado de inmadurez, banalidad y dinero no podía ser otro tratándose de humanos y, en buena medida, de gentes humildes que se dejan aconsejar por los tiburones del business. A Lionel Messi acaban de ratificarle una condena de cárcel de 21 meses por fraude fiscal, a Cristiano Ronaldo lo va a empapelar la Fiscalía Anticorrupción en breve, tras los informes de Hacienda que calculan en torno a 15 millones de euros lo que ha dejado de pagar al fisco español. Neymar lleva camino de lo mismo tras conocerse el trasfondo de su multimillonario traspaso, y su máximo hacedor, el expresidente azulgrana Sandro Rosell, cumplirá hoy su quinta jornada en la cárcel, adonde le ha enviado una jueza que no ha admitido fianza alguna por el riesgo de fuga y destrucción de pruebas de su sumario, en el que se le acusa de crear una serie de sociedades pantalla para blanquear dinero negro procedente del fútbol brasileño.

Hay muchos más casos, como los que persiguen a jugadores del París Saint Germain o los que salpicaron a la cúpula de la FIFA por amañar la designación del Mundial previo cobro de millonarias comisiones. Pero centrémonos en lo que acaece en el Real Madrid y en Can Barça, los dos clubes de mayor proyección internacional y que han conseguido un estatuto societario y simbólico difícilmente equiparable. De lo que todos nos alegramos por su contribución al PIB nacional. Ahora bien, lo que también parece evidente en paralelo a la construcción de esta imagen gigantesca de ambos clubes son las trampas y el juego sucio que han empleado en dicha tarea. Pues han multiplicado sus ingresos, incluyendo los de la televisión, fichando a los mejores jugadores del mundo a precios inalcanzables pero, también, utilizando todas las tretas y empresas offshore, legales e ilegales, para abaratar sus operaciones ante la hacienda de todos.

Y lo han hecho antes y después de la llamada ley Beckam, por la que se amparaba que las figuras del fútbol mundial que venían a jugar nuestra Liga pagaran la mitad de cuota que usted, yo y su vecino. Por suerte, esa injusta norma ha sido anulada, pero aún así los entramados en paraísos fiscales de las estrellas futbolísticas continúan y resultan escandalosos. Bajo el eufemismo de unos supuestos derechos de imagen, el Realísimo y el Barça han estafado a Hacienda cantidades ingentes de dinero.

De tal suerte que la adulteración de la competición futbolística en nuestro país es un hecho contrastado por inspectores de Hacienda, agentes de policía y jueces pero que, al parecer, no es permeable a la conciencia de los aficionados. A los hinchas se la trae al pairo que su Messi o su Cristiano sean unos chorizos con tal de que sigan metiendo goles, y al precio que sea. Así, sin embargo, no es lícito ganar. Está armado de toda la razón Fernando Roig, presidente del Villarreal, cuando plantea un frente común de los clubes más modestos para oponerse a la oligárquica posición de blancos y blaugranas en el reparto de los derechos televisivos y en otros muchos temas.

En cambio, Messi, camino del juzgado que le condenó, es aclamado por el público. Pasará lo mismo con Cristiano, inviolable para los hooligans madridistas. Y la Federación mirando hacia otro lado, cuando debería sancionar el comportamiento corrupto de los clubes, porque son ellos los que pactan esas condiciones en paraísos fiscales para conseguir a mejor precio el reclutamiento de las grandes estrellas. Una trampa, toda una estafa que quiebra los principios éticos tanto de la competición deportiva como de la convivencia social, y muestra el peor de los ejemplos a una juventud cada vez con menos valores en los que creer.

Compartir el artículo

stats