Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

No os esforcéis tanto, por favor

En las últimas semanas he asistido a unas 456 conversaciones sobre precariedad con distintos grupos de amigos. El tema surge una y otra y otra y otra vez, a lo mejor es un virus. Gentes que estamos apurando la veintena o iniciando los treintaypocos y seguimos inmersos en el carrusel de las trayectorias vitales inciertas. Y no se habla de ello con miedo o ira, sino con un tono preocupantemente parecido a la resignación. Nos cubre una pátina de «Es lo que hay, toca ir tirando», igual que el polvo cubre los muebles en las casas abandonadas. Parece comprensible: queremos transformar este escenario vital en otro más habitable, pero, hasta que lo consigamos, se impone seguir comiendo y pagando los recibos de la luz.

Por eso, quisiera lanzar una petición a todos esos individuos y entidades que tratan de vendernos la precariedad laboral como algo cool y deseable: por favor, parad. En serio, no hace falta tomarse tantos esfuerzos para empaquetar nuestras miserias con un hermoso lazo de regalo. ¡Si nos las vamos a comer con patatas igual! Podéis dedicar vuestro tiempo a otros asuntos; la ornitología, por ejemplo. Los pájaros son fascinantes. Ya hubo una primera oleada con el amago de promocionar los minijobs como la panacea del empleo. La cosa no acabó de colar, pero entonces llegaron otros hermosos conceptos como jobsharing (que dos empleados compartan sueldo y puesto); freeganismo (comer de la basura, pero vestidos con estilo); nesting (quedarte en casa porque no te da el presupuesto para nada más) o el salario emocional (justificar que, aunque el sueldo sea patético, tienes flexibilidad y buen ambiente en el trabajo). Palabras vacías para explicarnos frívolamente que ser pobre es genial (si no sabéis de lo que hablo, buscadlas en Google y llorad).

Durante nuestra ya lejana adolescencia nos disteis la tabarra con lo privilegiados que éramos, lo mimados que estábamos y la suerte que teníamos de haber nacido en una época de vacas gordas. Nos echasteis en cara que no habíamos tenido que luchar por nada. Asegurasteis que siguiendo las instrucciones adecuadas todo era posible. A+B+C= éxito. Buenas notas, idiomas, prácticas, cursos diversos. Ya nos hemos dado cuenta de que, al final, todo eso no nos ha servido para casi nada, así que, por favor, dejad que nos gestionemos la decepción nosotros mismos.

Ahí siguen las voces solemnes explicándonos que somos vagos, inmaduros, egoístas e irresponsables. Que no nos da la gana invertir en ladrillo porque tenemos síndrome de Peter Pan ni nos ponemos a parir hijos a los que no podremos mantener. Que somos unos blandengues sin ganas de deslomarnos a cambio de raspas de pescado. No nos ha dado tiempo a quebrar ninguna economía pero constituimos el mal absoluto, oye.

Ya sabemos que no tendremos una segunda residencia para las vacaciones, no hacía falta que viniera Susana Díaz a recordárnoslo con ese tonito condescendiente del que piensa que ´empatía´ es un pueblo de Grecia. Pero, en serio, que nos da igual. No aspiramos a casitas veraniegas, ni a hipotecas ni a comprarnos un coche carísimo para ir pagándolo a cuotas con nuestra nómina invisible. No queremos ser felices con poco, pero sí canalizar nuestro descontento como consideremos adecuado. Desde la precariedad se puede crear y construir, permitidnos, al menos, que lo hagamos a nuestra manera.

Compartir el artículo

stats