Estamos de enhorabuena. Arranca con fuerza el ciclo de conferencias Una alternativa valenciana ante el reto del cambio climático, promovido por Levante-EMV. La consellera Elena Cebrián, fue la primera en explicarse el pasado martes. Se echó a faltar en la sala al director general de Medio Natural y de Evaluación Ambiental, Antoni Marzo, y de forma especial al secretario autonómico de Medio Ambiente y Cambio Climático, Julià Álvaro. Y también nos extrañó que la consellera no abordara la situación de los bosques y los árboles monumentales, los valencianos con más experiencia en la lucha contra el cambio climático.

Si la consellería está dirigida por ecologistas, como ellos dicen, el olvido resulta inexplicable. Bueno, cierto que a Álvaro aún se le está construyendo un pasado. Sus propios compañeros periodistas, que conocen bien el percal, le señalan la obsesión por el sistema de retorno de envases (SDDR) y la falta de interés en otros temas menos glamurosos, como el de los residuos orgánicos. Pero él no ha dudado en cortar lo que hubiera que cortar. Como la cabeza de la directora general María Diago, al poco de empezar la legislatura, al no estar dispuesta a comulgar con las ruedas de molino del SDDR ni a participar en cortinas de humo tras las que ocultar carreras políticas personales.

Con estos antecedentes, no es de extrañar que la farsa ecológica incluya el ostracismo arbóreo. Y eso que la lucha contra el calentamiento global, como cualquier ecologista auténtico sabe desde pequeñito, tiene en los árboles y los bosques a uno de sus principales aliados. De momento, no se conoce nada más útil, efectivo y beneficioso para combatir el efecto invernadero, capturar el CO2, detener el avance de la desertización, regular el ciclo del agua y asegurar la conservación de la biodiversidad.

Dos caminos hay para ayudar a los árboles y los bosques: cuidar los que aún nos quedan y plantar más. Respecto al primer camino, señalemos que el presupuesto de la Dirección General de Prevención de Incendios Forestales para el periodo 2017-2020 es de 10 millones anuales. O sea, 3,3 millones por provincia y año. Una cifra alarmante, por paupérrima. Especialmente porque, según sus propios datos, el 30 % de la superficie forestal de la Comunitat Valenciana presenta una muy alta necesidad de recibir tratamientos de selvicultura preventiva. Somos la segunda autonomía con más riesgo de sufrir grandes incendios forestales. Con estas cifras, no parece descabellado suponer que la lacra del fuego continúe golpeando nuestros bosques y el mundo rural valenciano a lo largo de este verano y los siguientes.

Respecto al segundo camino, Elena Cebrián no facilitó ninguna cifra sobre los árboles que se van a plantar a lo largo de esta legislatura. Se excusó diciendo que están estudiando -todavía, en el ecuador de la legislatura- qué plantar y dónde.

Alega que son la crisis, la corrupción y el maltrato en los Presupuestos Generales del Estado lo que impide a la Generalitat actuar con responsabilidad en la gestión de las masas forestales. Pero al menos podría haber protegido los más de 4.000 olivos que, según documentan las organizaciones agrarias, cumplen con los requisitos para formar parte del catálogo de árboles monumentales. Coste cero. Desde la Secretaría Autonómica y desde la Dirección General se escudan en la falta de un reglamento que ellos mismos han sido incapaces de elaborar en dos años, para poder declarar más árboles monumentales. Falso. No hizo falta ningún reglamento para incorporar 95 olivos monumentales de Castelló para coincidir con el estreno de la película El olivo, de Icíar Bollaín.

A lo peor es que la consellera ni controla el tema, como demostró al afirmar que hay «miles» de árboles protegidos en la CV, cuando la cifra exacta es 1.503. A lo peor es que tampoco le interesa, como parece denunciar la muerte por desidia y abandono del Pi de la Bassa, en Serra. Normal, si la principal preocupación en la consellería es demostrar quién manda, si Elena o Julià. A los árboles monumentales, y me atrevo a decir que a la mayoría de los valencianos, les da igual. Sólo quieren que alguien haga algo.