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El chapuzón de este verano

La globalización está pensada para quien está pensada. Mientras el mar se traga a las personas, muchas veces con nuestra ayuda, los euros viajan en primera clase, recibiendo un tratamiento de verdaderos dioses. Y eso vale lo mismo para el dinero blanco que para el dinero negro.

Me pregunto qué ocurriría si los billetes de banco que los millonarios mueven de un continente a otro se hundieran en el mar como los refugiados que huyen del hambre y de las guerras. ¿Qué pasaría si en los servicios de ayuda marítima italianos o españoles se recibiera de súbito una llamada alertando sobre la existencia de una barcaza cargada con billetes de 500 euros, propiedad de uno de los cincuenta hombres más ricos de este mundo? Está claro que no se perdería ni un céntimo porque se pondrían los medios para que el dinero circulara sin correr riesgo alguno. De hecho, ya circula así. La globalización ha hallado el modo de que la pasta, incluso la pasta ilegal, se mueva sin problemas de Madrid a Andorra y de Andorra a Singapur, y de Singapur a Delaware. A veces, da la vuelta al mundo en cuestión de minutos y regresa al punto de partida multiplicada por 10 ó por 15, según, no sabemos de qué depende. Un emigrante, en cambio, que recorra media África a pie con su familia para alcanzar un lugar seguro, puede llegar a destino con su cuerpo o con su familia mutilada.

Significa que la globalización está pensada para quien está pensada. Mientras el mar se traga a las personas, muchas veces con nuestra ayuda, los euros viajan en primera clase, recibiendo un tratamiento de verdaderos dioses. Y eso, insistimos, vale lo mismo para el dinero blanco que para el dinero negro. Muchos de los chorizos que ahora mismo se encuentran en prisión preventiva por un rosario de delitos que van del cohecho al alzamiento de bienes, y del alzamiento de bienes al blanqueo, continúan cambiando su dinero de lugar para disponer de un plan de pensiones cuando salgan. Esto ocurre, insistimos, al mismo tiempo que decenas de barcas o cayucos naufragan en el Mediterráneo mientras las fuerzas de salvamento italianas les dicen que llamen a Malta y Malta les dice que telefoneen a Italia.

- Es que se me acaba la batería -suplica el náufrago con desesperación.

- Pues llámeles a gritos.

El resultado final es el de un grupo de cadáveres, muchos de ellos niños, flotando en las mismas aguas en las que nos daremos un chapuzón este verano.

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