El pasado martes, en la conferencia (más coherente y autocrítica que la de hace un año en el mismo foro) auspiciada por Levante-EMV que sobre cambio climático impartió Elena Cebrián, hubo una pregunta más difícil de responder que el resto. Se refería a materiales divulgativos y educativos y, aunque la consellera de Agricultura y Medio Ambiente pudo salir del paso, evidenció que los puentes de la Generalitat con la ciudadanía están rotos a nivel de concienciación ambiental (valga como ejemplo la cantidad de campañas verdes que son, en realidad, de otras entidades y cuentan simplemente con apoyo o subvenciones).

Si cualquiera de los presentes en la conferencia, al salir, hubiese querido informarse sobre el cambio climático, no habría encontrado prácticamente nada en la web de la conselleria, como tampoco lo encontrará usted. La información allí disponible roza un impúdico desnudo (des)informativo: cuatro escuetas líneas y documentos obsoletos (de hace diez años) o ininteligibles (acuerdos y normativa) para el gran público. Cierto, hay un centro de educación ambiental, el Ceacv, cuyos trabajadores hacen un esfuerzo titánico con recursos irrisorios. Pero un solo centro no es suficiente para cinco millones de personas, como tampoco lo es un minúsculo rincón en el vasto entramado digital de la Administración.

El caso es que llevo ya un par de meses rodando por todo el territorio a cuenta de la presentación de un libro sobre cambio climático (no se preocupen: las emisiones están compensadas). Y no puedo evitar pensar que hago un papel que, en realidad, debería hacer la Administración autonómica, por mucho que disfrute charlando y muy estimulante que me resulte escuchar a centenares de personas sobre sus percepciones alrededor del gran reto que tenemos por delante. Muchas de ellas se me acercan y me dicen que nunca habían oído una palabra de esto, que no saben cómo les afectará, que por qué les tiene que importar si «es eso del oso polar» o que -la que más me duele- son profesores y no tienen materiales, que les gustaría hacer algo, pero no saben qué.

A veces es frustrante, no les voy a engañar. Y lo es fundamentalmente porque un programa de conversaciones climáticas, de alfabetización climática de nuestra sociedad, es barato y tremendamente necesario. Les pongo un ejemplo: tres de cada cuatro lectores de este artículo piensan que el agujero de la capa de ozono está directamente relacionado con el cambio climático. ¿Y saben qué? Que no tienen nada que ver. Otro ejemplo: ¿sabía usted que más del 97 % de los científicos que trabajan en el clima está de acuerdo en que vivimos ya en un cambio climático provocado por los seres humanos? No, no hay debate (ni siquiera aunque se lo muestren en televisión) y la única incertidumbre es hasta dónde llegara la mutación del clima, no si se producirá. Y de acuerdo con estudios recientes, quienes conocen el altísimo consenso científico son mucho más proclives a actuar frente al cambio climático. Un conocimiento accesible es sinónimo de acción y toma eficiente de decisiones.