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El método de Capdevila

Casi todo se ha dicho sobre Carles Capdevila desde el viernes pasado, pero querríamos insistir, por ejemplo, en que fue el creador de dos de los programas de humor más brillantes que se han hecho en las últimas décadas: «Malalts de Tele» y «APM». El primero, como muchos lectores recordarán, fue un espacio pionero de crítica televisiva que repasaba en clave de humor lo más divertido de la semana. Nos enseñaron a reírnos de la tele y a ellos no les denunciaron por hacer zappings. Eran otros tiempos.

Pero Capdevila dio un paso más y se adentró de lleno en la educación. En «Qui els va parir» rompía esquemas televisivos sobre todo lo visto hasta el momento para ilustrar la manera de aprender a hacer de padres y ayudar a crecer a los niños. Daba valor a un tema inédito en la televisión. Hasta entonces, cuando se abordaba la cuestión se hacía con voluntad de divulgación científico-pediátrica. Capdevila giró el concepto, dando protagonismo a las historias de padres imperfectos, bajo la premisa de «hazlo lo mejor que puedas, usando el sentido común». La verdad del programa radicaba en la sinceridad de los testimonios, combinada con un fino sentido del humor basado en lo cotidiano. El mismo estilo que llevó a Capdevila a convertirse en un referente de los vídeos y las charlas educativas. Sin embargo, al «método Capdevila» aún le quedaba un paso más de evolución.

El cáncer no solo es una enfermedad inapelable por el horizonte de la muerte, sino porque va puliendo poco a poco la vanidad de los vivos, te hace darte cuenta de la fragilidad de tu cuerpo y se ríe con ironía de tu resistencia al dolor. Carles Capdevila dio una lección al conseguir darle la vuelta a la situación, reírse de la enfermedad y compartir su actitud vitalista con un ingenio envidiable.

La vida le invitó a cambiar el rol de protagonista a invitado, tras dejar la dirección de su periódico. El vídeo de despedida de la redacción se convirtió en viral y pasó de ser víctima a actor decisivo. El proceso de la enfermedad arrojó un resultado increíble: una comunicación radioactiva. Le llevó a acentuar su humor, que era un rasgo inseparable de él, y tomó una cercanía a la que el público se asomaba con vértigo. Como si teclear disminuyera la hipersensibilidad y evitara la cortisona.

Humor y amor, las lecciones que queríamos reseñar en esta columna que apuesta por una tele más humana, en recuerdo al pionero de la televisión que Carles Capdevila fue.

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