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El «Titanic»

Es preciso hallar un equilibrio entre lo que pone uno y lo que pone el Estado. Cuando el Estado no pone nada, aparece el «sálvese quien pueda». Y el presidente del Gobierno es el principal valedor del «sálvese quien pueda».

Se afianza el «sálvese quien pueda» como forma de vida. Muchos de los condenados o investigados por corrupción fueron el producto del «sálvese quien pueda». El producto y el origen. Pregonaron esa filosofía de la vida de la que luego fueron víctimas. De ahí que hayan acabado en las mismas cárceles cuyas primeras piedras colocaron con sus manos. Gritaron «muera el Estado» y se entregaron a la rapiña. La gente honrada, en cambio, se puso a la cola (a la del paro, a la del Ministerio de Empleo, a la del subsidio) sin percatarse de que los ministerios y las direcciones generales eran meras conchas vacías. El caracol se había largado con la nómina del mes. Algunos, ingenuamente, todavía siguen a la cola porque por la tele sale un señor que asegura ser el presidente del Gobierno.

Pero el presidente del Gobierno es el principal valedor del «sálvese quien pueda». De hecho, para que le aprobaran los presupuestos, ha llevado a cabo una subasta vergonzosa. Estamos ante un panorama de codazos, empujones y avalanchas en las que caeremos como moscas. La actitud más decente, cuando uno escucha ese grito, es ponerse a tocar el violín, como hicieron los músicos del Titanic. Pero hay que tener mucha sangre fría para tocar el violín en medio del pánico, que es donde nos hallamos ahora, buscando el modo de salir adelante de forma individual porque han desaparecido las soluciones colectivas. «Sea usted emprendedor», nos aconsejan. El emprendimiento, cuando se da en cantidades patológicas, constituye una forma de salvación individual. No hay espacio para tantos emprendedores, de ahí los codazos, los empujones y las avalanchas mortales ante las puertas de emergencia.

Se pregunta uno si el sentido de la vida debe ser una conquista de orden personal o si el Estado tiene algo que ver en ella. Hay países en los que la felicidad de sus habitantes forma parte del PIB. Y forma parte del PIB porque la suma de las felicidades individuales da lugar a un espacio público amable, en el que nadie arranca un ojo a otro para tener dos. Significa que es preciso hallar un equilibrio entre lo que pone uno y lo que pone el Estado. Cuando el Estado no pone nada, aparece el «sálvese quien pueda».

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