Primera carta al señor Juan Goytisolo:

Yo vivo sobre el mar,

erigiéndome dueño de la roca,

sobre su carne paso los días de espuma,

vientos y suaves olas....

(Castillo de San José (Almería), 1983)

Así me sentía yo en el castillo de San José, al Este del Cabo de Gata y del mundo, donde viví dos años y medio, o sobrevivir mejor diría, encima de un acantilado basáltico. Por ello, creo, que puedo hablar un poquito, un poquito nada más de este Parque Natural Marítimo-Terrestre del Cabo de Gata-Níjar que lo es por Ley 2/1989, de 18 de julio (BOJA núm. 60, 27 de julio de 1989), y, también de su entorno geográfico y humano, de su historia y cultura, fauna y flora y de la novela corta neorrealista o novela social más que libro de viaje y reportaje social de Juan Goytisolo titulada «Campos de Níjar», que analizaré rigurosa y severamente. Obra comprometida de un Juan Goytisolo que visitó estas tierras, creo que en la primavera de 1957, un escritor polémico y camaleónico que se ha definido como un apátrida o «moro con nacionalidad cervantina» en las diversas entrevistas que ha concedido.

Juan Goytisolo vino a Almería por primera vez cuando vivía en París, que lo era desde 1956 donde conoció a su compañera Monique Lange con la que se casará después, a la que había conocido en la editorial Gallimard, de la que después Juan será asesor literario. Ahora vive entre Marraquesh y París, es un escritor que no ha sido suficientemente reconocido por la crítica, y que no es académico, aunque sí lo fue su hermano Luis, tampoco ha sido aceptado en Cataluña por no escribir en catalán. Ahora publica en el diario «El País», lo que es un reconocimiento a su obra y a su pensamiento liberal.

Con este libro en la mano he recorrido los mismos lugares por lo que pasó el viajero y narrador de «Campos de Níjar», he ido tras los pasos de su narrador que por la intención, de pretender de ser un libro de viajes podría coincidir con su autor: Juan Goytisolo. «Un viaje que como dice la solapa del libro es el relato de uno de los viajes del autor a las más desheredadas tierras del sur de España, a una región en la que la dureza de las condiciones de vida pone de manifiesto con singular viveza las primitivas cualidades del pueblo?». También he querido escribir una semblanza o aproximación a la realidad almeriense, actual, en este 2005 casi 50 años después. Mi conocimiento de la zona y este próximo cincuenta aniversario, creo entender que son los motivos que me han conducido a escribir este safari literario, crítica tal vez apócrifa, con dosis de albedrío y creación sin patrones académicos sobre el análisis de textos que me coarten, sin canon de la crítica literaria, más algunas refutaciones que me he permitido apuntar y comentar sobre este libro casi mítico en Almería, que ha recibido siempre buena crítica y buena acogida, unida al aprecio y cariño de muchos lectores almeriense. Creo que ha sido, sin duda, por el amor que siento por esta tierra donde por unos años me sentí profanador de paisajes mágicos, en esta frágil belleza de un mundo primigenio.

Podría pasar por ser uno de los libros más leídos y recomendados en Almería. Conocí la existencia de este libro a la sombra de un drago grande que se orlaba con siete brazos y crece en la Sierra del Cabo de Gata salvado gracias a que se halla dentro de las instalaciones de pruebas de neumáticos de la Michelin (C.E.M.A.) entre Pujaire y Ruesca, es un drago en el paraje denominado: «Mal Año», que según me contó don Amador, uno de los jefes de las instalaciones de Michelin, encargado del laboratorio de experimentación, parece ser que el drago lo trajeron unos mineros canarios en el siglo XIX de los que trabajaban en las minas de plomo aurífero y plata de las muchas minas que se abrieron y que se encontraban a la espalda del Sabinar. Seguramente plantaron un drago para que les trajera recuerdos insulares y además les diera agua en caso de sequía, porque agua conservan en sus troncos. No sé si esto es verdad del todo o que don Amador, con su fina ironía, quiso darle a la historia del drago un poco de utilidad práctica.

Aquel paraje desértico de peñascales fue zona minera, aún quedan vertederos y bocas de minas abiertas y peligrosas en la sierra de Gata, vestigios como arqueología industrial de la actividad minera de finales y principios del siglo XIX y XX almeriense, como es el caso del pozo de Santa Bárbara, cerca de San José, con 365 metros de profundidad, los mismos días del año, por ello todos los viejos del lugar se acuerdan de esta medida. Pues bien, a la sombra de este drago, que tenía siete brazos en 1983 y unos siete y ocho metros de altura, en un paraje de navas y de cantizales o guijarros, ocres y pajizos, sembrados de una especie de pitas o henequenes pequeñas como el aloe vera, «guayules» una planta moráceas y euforbiáceas intertropicales, que, después de coagulada su savia, es una masa impermeable muy elástica, y tiene muchas aplicaciones en la industria del caucho. Sembradas para experimentaciones industriales.

Nos sentamos a la sombra del drago: don Amador, un guarda de la Michelón que así es como le llaman cariñosamente al muñeco gordinflón del anagrama de la empresa, y yo a verlas venir, mientras don Amador me siguió contando que de la savia del drago sacaban la famosa tinta conocida como «Sangre de drago» que se usa por la Policía Judicial para revelar huellas digitales. Yo hice un dibujo a lápiz del drago que muestro aquí. Recibía y gestaba mis primeras enseñanzas botánicas útiles con cierta admiración. En «Campos de Níjar», nombra el viajero/narrador a los guayules (pg. 18), (palabra que no la recoge el diccionario del español), y que él nos lo define como planta para obtener el látex del caucho.

También me habló don Amador de jorfes o balates argelinos, para impedir que las infrecuentes gotas frías destruyeran los campos sembrados de cebada candeal, de la retama arbórea que tiene flores de un amarillo cadmio intenso que podría servir como alfalfa para alimentar al ganado.

También me habló de uno de los pioneros botánicos alemanes, ingleses como Philip B. Webb o el Danes J. Lange que estudió el Sabinar del Cabo de Gata en el siglo XIX y otros botánicos españoles cuyos nombres no puedo recordar ahora, y de las tres especies endémicas del Cabo de Gata, es decir, que sólo crecen aquí. Años después descubrí sus nombres en una Guía del Cabo de Gata de le edición Everest (1982), de VV.AA., se trata de: 1).- El dragoncillo del Cabo o Boca de dragón «antirrhinum charidemi». 2) Zamarrilla de Cabo «Teucrium charidemi». 3 Gordolobo del Cabo «Verbascum Charidemi». El apellido Charidemi, les viene de promontorio de ágata o «Charidemi» que los fenicios llamaban al Cabo de Gata que por deformación fonéticas se quedó en Gata. Son de destacar los trabajos de Rufino Sagredo Arnáez en Atlas Básico de la Flora Almeriense, 1983.

Entonces era tal mi ignorancia que don Amador lo palpaba, se notaba y se palpaba en el aire como el cadáver de una oveja a merced del quebrantahuesos. Don Amador vivía en San José, por debajo de la escuela, era un hombre culto que había dedicado muchos años al estudio de los endemismos y en pro de lo que hoy es el Parque Natural. Yo sentí mucha envidia de él y me lamenté que nunca llegaría a saber tanto como él.

Allí, bajo la sombra del drago, esperando ver salir su sangre roja en medio de un erial, planicie que sube cóncava y larga casi como una lámina curvada de acero hacia el monte rojizo, don Amador me recomendó que leyera «Campos de Níjar» de Juan Goytisolo, si quería aprender los nombres de la flora autóctona del Cabo de Gata. Años después compré este libro en una librería de Almería, la cuarta edición de bolsillo de 1987 de la editorial Beix Barral. (Edición que voy a manejar y referenciar en este trabajo dividido en once capítulos). He releído muchas «Campos de Níjar», reportaje y testimonio más que crónica de viaje de una época triste y mísera, buscándole sus secretos y sus errores, sus mañas. Sin duda alguna, el libro contiene humanidad, es testigo de un tiempo mísero almeriense, pero también tiene desaciertos, en cambio el léxico es rico en vocablos, algunos almerienses y otros no tanto, porque esta provincia tiene un lenguaje propio como se puede leer en el «Diccionario Almeriense» de Francisco José Rueda Cassinello, Editada por La Crónica, Almería, 1983.

El libro «Campos de Níjar» es como una crónica negra anti-franquista, es como «El Caso de Níjar», donde nos relatará hasta un entierro en el capítulo IX, porque la etapa literaria del neorrealismo social daba para eso y mucho más donde a cada paso se topa con el recuerdo de la guerra civil, también con los civiles armados con fusiles, que aparecen y desaparecen como los ángeles de su guarda, siempre hablando con el cura. También me habló don Amador del hispanista Gerald Brenan que habló de las tierras del Campo de Níjar en su libro «Al sur de Granada», cuya primera edición se publicó en inglés en 1957, y en español apareció en 1963, libro recomendado porque existen dos capítulos dedicados a Almería.