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Contra Trump se vive mejor, pero ¿cuánto?

En contraste con las oleadas de odio que suscita, el pintoresco individuo que ocupa el Despacho Oval de la Casa Blanca está dotado de nunca bien ponderados efectos benéficos. Valgan dos muestras. Primera. El manejo que el propio Donald Trump y su entorno hacen de la intoxicación en las redes sociales ha resucitado el papel de los medios de comunicación profesionales como única linterna esclarecedora de las tinieblas del pantano ultraderechista. Segunda. Su impresentable visita de la pasada semana a Europa, sembrada de coces, ha generado un embrionario renacer de la cohesión comunitaria, por primera vez después de la bofetada del brexit. Un nuevo hálito que culminó en la adopción de posiciones comunes por parte de los líderes de la UE -incluido el autoritario y díscolo húngaro Viktor Orban- contra el abandono y petición de renegociación del Acuerdo de París.

Tras los bochornosos espectáculos ofrecidos por Trump en sus reuniones con los mandatarios de la UE y de la OTAN en Bruselas, prorrogados en las chispas de imposible disimulo que hizo saltar en la cumbre siciliana del G7, el inquilino de la Casa Blanca se vio en la obligación de añadir un epílogo. Y el lunes pasado lanzó una arremetida frontal contra Alemania y la canciller Angela Merkel, a la que afeó deudas militares inexistentes y una relación comercial asimétrica. Ante esta nueva coz, que Berlín recibió como la punzante resaca de una borrachera ajena, Merkel proclamó, a modo de resumen, que Europa tiene que tomar las riendas de su propio destino.

La visita, el pasado miércoles, del primer ministro chino a Berlín da pistas sobre el apoyo que busca Alemania en unos momentos en los que la relación trasatlántica roza mínimos más profundos incluso que los provocados hace quince años por la crisis de Irak. La UE y China se han situado en coordinada vanguardia del discurso que proclama la necesidad y posibilidad de poner un freno al calentamiento del globo.

Con todo, los apoyos exteriores, aunque vengan del gigantesco Imperio del Centro, no pueden esconder que los graves y varios problemas de la UE son ante todo internos y exigen, en primer lugar, el restablecimiento del volatilizado eje franco-alemán. De ahí que sea importante escrutar las reacciones de Merkel a las propuestas del neófito Emmanuel Macron. El rey tecnócrata, revestido de todos los atributos de la grandeur gaullista, tiene a priori bazas para ser escuchado en Berlín, ya que se dispone a propinarle a Francia un meneo liberal equiparable a la Agenda 2010 de Schroeder, aunque sea al precio de intensas convulsiones sociales.

Sin embargo, sus primeras señales, lanzadas en forma de tímidas propuestas de la Comisión Europea para que la eurozona se oriente hacia un Tesoro común, sólo han cosechado silencio o atisbos de rechazo desde Berlín. Esto obliga a preguntarse si Merkel pretende que Europa tome las riendas de su destino o si, por el contrario, sigue empeñada en que el destino de Europa se maneje con riendas alemanas. Lo cual, sin duda, la volvería inhábil para pilotar una nueva etapa.

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