Por fin ha llegado el momento de su defunción a esa materia peligrosa que envenena las mentes de nuestros estudiantes. Ya era hora de que nuestros gobernantes erradicasen ese mal que especialmente en educación, viene haciendo estragos desde la Grecia clásica. Los contemporáneos de Platón intuyeron muy bien la grave amenaza que suponía esa suerte de disciplina, pero erraron su estrategia. Pues, matando a Sócrates lo erigieron mártir para su causa.

Después de mucho tiempo hemos aprendido la lección: no, nada de mártires, hay que extirpar de raíz el tumor y hacer una filosoftomía radical. No queremos otros Sócrates que vengan a pervertir la mente de nuestros jóvenes, pero no hay que condenarles a beber cicuta, sino al ostracismo académico. ¡Que se enteren de una vez que no nos hacen ninguna falta! Nuestros alumnos, urdimbre de la ciudadanía de un futuro próximo, no tienen por qué esforzarse en pensar por sí mismos. Eso no es más que un caduco anhelo ilustrado, cosa de un romanticismo trasnochado, herencia, en todo caso, de un pasado superado por un nuevo paradigma.

Efectivamente, nuestros jóvenes han de aprender, ante todo, a ser emprendedores. Es decir, a manejarse bien en los negocios y a ser supervivientes en las posibles crisis económicas, a soportar los abusos de la banca, a combatir en el campo de batalla de las finanzas. Nuestros jóvenes deben aprender a ser eficaces en la construcción de puentes y en realizaciones de tecnología punta, especialmente, expertos en nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Pero, sobre todo, han de alcanzar el don de lenguas, porque han de estar preparados no solo para las exigentes transacciones de un mundo globalizado sino para emigrar a buscarse la vida si, como ocurre en nuestro país, eres científico en paro.

Quien no piense así no puede querer lo mejor para sus hijos. Querer que aprendan Filosofía es una locura o, peor aún, una irresponsabilidad. Hoy, pensar es una pérdida de tiempo, porque el ritmo que se nos impone no lo permite, es más, es un riesgo innecesario. Por eso, la Filosofía además de una locura y una irresponsabilidad es, ante todo, innecesaria. En el fondo, que la Filosofía estaba agonizando ya lo intuyeron los propios filósofos a comienzos del siglo pasado cuando, desde el positivismo lógico, empezaron a comprender que la metafísica, hasta entonces tenida como su parte más noble, la llamada engreídamente reina de las ciencias, había fenecido. Así pues, herido de muerte su corazón, desde entonces la Filosofía no ha hecho más que agonizar. Sin embargo, se le han venido administrando medios extraordinarios para impedir su exitus. ¡Ha llegado el momento, ante todo por misericordia hacia nuestros jóvenes, de practicarle la eutanasia!

¿Qué importa si, a corto plazo, la sociedad queda en manos de ciudadanos que no piensan? ¡Serán competentes y tendrán destrezas y habilidades en tantos otros ámbitos! ¿Para qué ha de pensar un ciudadano? ¡Si habitamos en la sociedad del conocimiento! Además, si hay que pensar, que lo hagan los políticos que para eso pagamos los contribuyentes. Es un hecho que para elegirlos no hay que pensar demasiado, sus discursos se apartan cada vez más de lo racional en favor de lo emotivo y la estrategia del marketing. La retórica sofistica hoy evidencia su eficacia frente a la argumentación socrática. Por otra parte, con ciudadanos no pensantes los gobernantes tampoco tienen que hacer excesivo alarde de maquiavelismo, por lo que el uso del pensamiento racional se hace estéril para gobernar. Así pues, no podemos saber muy bien cómo, quizá por alguna recóndita ley de inercia social, nuestros políticos han llegado a dictaminar que lo más conveniente es realizar una normativa educativa en la que la Filosofía figure enmarcada en una esquela. ¿Para qué haría falta saber Filosofía? Lo importante es que nuestros alumnos terminen hablando en muchas lenguas y sabiendo difundir lo que dicen al mundo entero a través de las TIC, aunque lo que comuniquen sea un sinsentido. Eso da lo mismo.

Sobre todo, es muy importante que el alumno esté abismado en el presente y cautivo en él, que no conozca en exceso su pasado ni se aliene en utopías de futuro. Conocer el pasado posibilita arraigar la identidad en una tradición, saberse envuelto en un flujo de pensamiento y reconocerse en él. Divisar horizontes utópicos implica atisbar futuros posibles y poner los medios para su realización. Sin embargo, no es aconsejable que las personas se reconozcan porque, de esa forma, el ciudadano es más difícil de manipular y moldear. Tampoco lo es que las personas divisen horizontes, pues lo aconsejable es que el ciudadano padezca miopía social ya que, con dicha afección, solo verá lo que le pongan a su alcance y no anhelará lo que no puede ver ni urdirá proyectos desestabilizantes para alcanzarlo.

Si está a favor de que la Filosofía sobreviva permanecerá indignado por lo que acaba de leer y se encontrará entre quienes yo me encuentro. Si, por el contrario, usted se encuentra entre quienes les gustaría asistir a su funeral, entonces, quizá se haya visto reflejado, aún a disgusto suyo, en un espejo. En más de un caso a pesar de su disgusto, sí, porque la imagen que este espejo refleja no es precisamente la de un talante progresista. Lo constatamos especialmente en la Comunitat Valenciana, pues las realizaciones de algunos políticos no terminan de comparecerse con lo que deberían ser sus principios y son sus declaraciones.

Hace ya tiempo que Jürgen Habermas dejó meridianamente claro que si la especie humana aspira sobrevivir debe satisfacer tres intereses, a saber: el interés técnico, que se preocupa por el dominio de la Naturaleza; el interés práctico, que requiere ordenar las relaciones humanas; y el interés emancipatorio, que expresa la necesidad de desenmascarar los poderes opresores. Según dicho filósofo, cada uno de estos intereses se satisface con un tipo de ciencia: el técnico, con las ciencias empírico-analíticas; el práctico, con las ciencias histórico- hermenéuticas; el emancipatorio, con las ciencias sociales-críticas. Pues bien, entre estas últimas se encuentra la Filosofía. No satisfacer este último interés, a tenor de lo que observa Habermas, supone que la humanidad queda inerme ante cualquier poder, explícito o implícito, que persigue oprimir, manipular o instrumentalizar al hombre, quedando comprometido el futuro humano. Si esto es cierto, certificar la muerte de la Filosofía en educación supone algo tan grave como poner en riesgo la humanidad del ser humano. Claro que esto no deja de ser el razonamiento de un filósofo.