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Débil dentro y débil fuera

Sólo la fuerte caída del nacionalismo escocés aligera la agenda de problemas de May

Pues no, esta vez no se equivocaron las encuestas y con este acierto se esfumó la última esperanza de May de no pasar a la historia por haberse puesto la soga al cuello. La primera ministra británica ha perdido la mayoría absoluta, y todas sus posiciones, las internas y las externas, se debilitan.

Para empezar, May ha marrado el puñetazo sobre la mesa con el que pretendía meter en cintura a sus diputados díscolos, quienes, evitado el golpe, se pasaron la mañana de ayer pidiendo su dimisión. Es sólo la antesala de las conjuras que le aguardan durante un mandato que muchos "tories" prevén corto. Pero, además, tampoco tiene May la mayoría "fuerte y estable" que reclamaba para sacarle colmillos asesinos a la UE en la negociación de un "Brexit" que quería muy duro. Ahora tendrá que manejarlo con más tiento, o sea ablandarlo, porque, sobre sentarse en una silla coja, la cuña con la que la calza son los roqueños unionistas norirlandeses del DUP. Y Bruselas no va a perder la oportunidad de apurar hasta la hez las posibilidades de mercadeo que le ofrece el estatuto futuro de las relaciones entre las dos Irlandas.

También pedía ayer por la mañana su dimisión, y hasta se ofrecía a formar un ilusorio gobierno alternativo, un Corbyn exultante convertido en ave fénix por segunda vez desde su llegada a la cabeza del laborismo. La primera fue cuando, tras haber ganado las primarias de 2015, tuvo que volver a convocar a la militancia en 2016 para imponerse a un grupo parlamentario que se le había rebelado por temor a que su discurso radical se comiese sus escaños.

Triunfó en esas segundas primarias, pero hace dos meses arrastraba la imagen de líder izquierdista destinado a hundir al "labour" en las simas de su historia. Sin embargo, Corbyn ha hecho magia y le ha dado a su partido un empujón del 9,5% que lo ha dejado a menos de dos puntos y medio de los "tories". Su 40% del jueves es el mejor resultado laborista desde que Blair ganó en 1997 repartiendo recetas socioliberales.

La magia de Corbyn ha consistido en aludir poco al "Brexit", que no rechaza, y hablar un lenguaje social antiausteridad que no le hace ascos a renacionalizar transportes, energía y correo, ni a inyectar grandes sumas en la sanidad o prometerles a los universitarios estudios gratuitos.

Todo lo contrario de una May que, despistada por aquellas encuestas espejismo que le daban 20 puntos de ventaja, se envolvió en la versión más dura del conservadurismo para ensañarse con la asistencia médica y social a los mayores. Como resultado, se quedó sin esa reserva de votos, a la que Corbyn le abrió los brazos para que bailara en el mismo corro donde se agitan millones de jóvenes que jalean su discurso radical.

Para que no todo le sean desgracias, May se ha quitado de encima por un tiempo el problema escocés, ya que los nacionalistas de Sturgeon han sido los grandes paganos de unos comicios marcados por un retorno al bipartidismo en los que "tories" y laboristas se han alzado con más del 82% del voto, de igual modo que el electorado norirlandés se lo han repartido entre el DUP unionista y el Sinn Fein que un día fuera brazo político del IRA. Tras hacerse con 56 de los 59 escaños en juego en 2015, el SNP ha caído hasta los 35, precisamente cuando la petición de un segundo referéndum alimentaba el espíritu de sus actos de campaña.

De modo que, en los próximos diez días, sólo el gallinero "tory" distraerá a la debilitada May de su necesaria afinación de tácticas para negociar con la reforzada UE. Si es que, los terroristas, ahora que no hay elecciones, le dan una pequeña tregua al Reino Unido.

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