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La línea divisoria

Las diferencias en el seno del PSOE son visibles. En esta ocasión, tampoco los dirigentes ni los afiliados de base del partido han tenido intención de ocultarlas. El proceso de elección del secretario general las puso en conocimiento de la opinión pública de una manera descarnada. Los candidatos y sus seguidores las exhibieron sin el pudor de otras veces. El presidente de la comisión gestora ha podido vivirlas desde dentro, en primera persona, y las ha descrito con la sobriedad que acostumbra, pero sin paliativos. La entrada de la sede central del partido ha sido escenario de manifestaciones, aclamaciones y protestas de distinto signo, dependiendo de cuál fuera la circunstancia. Los periodistas han relatado en sus crónicas, con todos los pormenores, un enfrentamiento que no habían visto nunca. Más de un dirigente socialista ha constatado ante cámaras y micrófonos que el partido está roto. Alguno, dejándose llevar por el dramatismo de la situación, ha predicho el fin de la historia de la organización política centenaria si unos y otros no ponían de su parte para simplemente seguir juntos.

Es claro que el PSOE atraviesa su peor momento del período democrático iniciado a la muerte de Franco. El apoyo electoral, que alcanzó casi el 50% en 1982 y se mantuvo en el 44% todavía en 2008, se ha desplomado hasta el 22% en las últimas elecciones generales. La posición privilegiada que le otorgó la competición bipartidista entablada con el PP está amenazada por el éxito de dos partidos nuevos, Podemos y Ciudadanos. La fuerte rivalidad que le plantea el primero en el espacio político de la izquierda no es otra cosa que el reflejo de su propia debilidad, agravada por el lastre con que carga de su implicación en la crisis y la ausencia de un liderazgo sólido. Todo ello y más, una batalla larga y cruenta por el control del partido, la falta de referencias claras en la socialdemocracia internacional y las tendencias particularistas en las comunidades autónomas del nordeste, lo han sumido en un estado de confusión tal que no es capaz de fijar un rumbo reconocible a su actividad política.

Esta no es, desde luego, la primera vez que surgen discrepancias entre los socialistas. En su historia reciente, los dirigentes, afiliados y votantes del PSOE han discrepado sobre la identidad marxista, la permanencia de España en la OTAN y el modelo de partido, asunto éste que trae a la memoria la pugna entre guerristas y renovadores. Pero las sacudidas no mermaron la cohesión interna de la organización, ni su atractivo electoral, ni su capacidad para gobernar. El liderazgo firme, e indiscutido, de Felipe González ayudó sin duda a que volviera pronto la calma y el partido recuperara la estabilidad sin sufrir daños de consideración.

Las crisis más graves vividas por el PSOE desde su fundación son anteriores. En 1921 un sector atraído por la revolución rusa decidió separarse y crear el Partido Comunista. La mayor confrontación interna, no obstante, tuvo lugar en los meses previos a la guerra civil. La relación con los partidos republicanos, primero, y la dictadura de Primo de Rivera, después, habían sido fuente de discordia en las filas socialistas. Durante la República la tensión fue en aumento hasta que en una reunión del Comité Nacional celebrada en diciembre de 1935 se produjo la ruptura. Las siglas era lo único que compartían las dos facciones en que se había escindido el partido, cada una con su organización y unos objetivos y estrategias diferentes. Por un lado, Indalecio Prieto lideraba a los reformistas, con fuerte implantación en Asturias y otras regiones, que abogaban por colaborar con los republicanos de izquierda para consolidar la República. Por el otro, los obreristas, dirigidos por Largo Caballero, líder máximo de UGT, al que respaldaban el sindicato, las Juventudes Socialistas y la poderosa Agrupación de Madrid, a partir de octubre del 34 subordinaron cualquier decisión estratégica al objetivo prioritario de transformar el capitalismo. El enfrentamiento alcanzó una virulencia extrema, hasta el punto que en mayo de 1936 un grupo de caballeristas tiroteó a Prieto en medio de un mitin al que asistía en Écija. La animadversión política y personal que había entre ambos líderes puso el PSOE al borde de la escisión, fue la razón principal del rechazo de Prieto al ofrecimiento de Azaña para formar gobierno y, según Santos Juliá, debilitó fatalmente al régimen republicano.

La división actual del PSOE no tiene el grado de aquella. La política no mueve pasiones de la forma intolerante como lo hacía entonces. Las ideologías ya no se toman por credos y la izquierda ha dejado de perseguir la revolución. El partido no se concibe como el disciplinado portavoz político de una clase y ha sido relegado a un lugar muy secundario en la vida de las personas, que se sienten cada día más distantes. Además de desarrollarse en una etapa histórica de extraordinaria movilización política y tendencias totalitarias, el conflicto socialista de los años 30 fue consecuencia de dos maneras opuestas de entender la República, las relaciones entre el partido y el sindicato, y la estrategia política del PSOE. Los seguidores de Largo Caballero anteponían la revolución obrera, lo que les llevó a querer marcar desde UGT la línea política a seguir por el PSOE, rechazaban cualquier acuerdo a largo plazo con los republicanos y, lo peor, mantuvieron una actitud de lealtad a medias con la República, que suponía el primer intento de establecer una democracia en España. Téngase en cuenta que en aquellos años la UGT multiplicaba por diez el número de afiliados del PSOE y que los diputados que eran obreros representaban una cuarta parte de la minoría parlamentaria socialista.

En la crisis presente, la legitimidad del régimen constitucional de 1978 está fuera de discusión entre los socialistas. La democracia liberal es el horizonte político inquebrantable de los diversos sectores que pueda haber en el PSOE. Por otra parte, Felipe González también emancipó al partido de la dependencia del sindicato y el protagonismo de UGT en la agitación que vive el partido es muy reducido. Por último, en las reuniones del Comité Federal y en la campaña de las primarias se apreció un tono distinto en los discursos sobre la actitud a adoptar en las negociaciones para formar gobierno y en las relaciones con el PP, pero no es posible precisar el verdadero alcance de la divergencias porque el debate interno del PSOE está rodeado de mucho ruido y lleno de disimulos, silencios y malentendidos.

La línea que dividió a los socialistas de la II República pasaba por el poder, la política siempre anda a su alrededor, y por la revolución. Pedro Sánchez proclama que los socialistas de hoy se alinean en torno al voto en la investidura de Rajoy y a favor o en contra de que los afiliados tomen las decisiones en el partido. Susana Díaz recurre a la retórica de la identidad y la historia del PSOE sin dar más explicaciones. Aunque han colaborado estrechamente, después de enemistarse la incompatibilidad entre ambos podría ser tan irreversible como la que había de verdad entre Prieto y Caballero. Cierto es que la votación para secretario general desveló la existencia de diferentes culturas políticas en el PSOE de las diversas regiones de España, pero mi conclusión es que la división interna de los socialistas solo es profunda en lo que se refiere a la lucha por el control del partido. Todo lo demás que concurre en esta crisis consiste en discrepancias superficiales o circunstanciales. Para comprobarlo, habrá que esperar la llegada del nuevo Felipe González, que antes o después veremos aparecer en la pantalla de televisión. El giro a la izquierda de los sanchistas, erguidos frente a la tibieza del aparato oficial con la derecha, no es descartable, pero aún está por confirmar.

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