Como su propio nombre indica, el espacio público o común lo es de todos, pero muchos se empeñan en invadir más del que les corresponde. Todos nos hemos visto obligados, por ejemplo, a escuchar la conversación de la mesa de al lado en un bar o restaurante y a soportar las gracias de algún desgraciado con un lamentable sentido del humor: y no lo hemos hecho por curiosidad, sino por la inevitable imposición del bocazas de turno, ¡que el señor le conceda una duradera afonía! Y qué les voy a contar de los reallity telefónicos que nos asaltan en autobuses, trenes y metros y que te ponen inmisericordemente al día de un montón de «fíjates» y ·miras que bien», y que a la altura de Moixent, Fuente del Jarro, Malilla o Albacete te incitan al homicidio y al perpetuo socorro. En fin. Me entero ahora, en este orden de cosas, que en un metro de no sé dónde, quiero decir de Madrid, van a prohibir al personal despatarrarse en los asientos corridos: de lo que me alegro mucho porque ya era hora y me quedo a la espera de que cunda el ejemplo antes que el pánico. Y es que hay mucho tío (no sé si por sexo o por género) con priapismo psicológico o, como dijo Jenaro Talens, que el vuelo les excede el ala, y, de la misma forma que otros no pueden cerrar la boca, por lo que veo en el metro que me lleva a Lliria, algunos no pueden cerrar las piernas y mantener el euro del recato entre las rodillas. ¡Con lo bonita que es la discreción!

De la misma forma en que hubo un tiempo en el que ningún miembro del PP decía nada si no era para decir «váyase, señor González» o, algo después, «España va bien», quizá, «Agua para todos»; aquí, ahora, les ha dado por lo del «Pacto del Titanic», como les podía haber dado por «guay del Paraguay» o «a buenas horas mangas verdes». Y es que las analogías están bien, añaden, si tienen sentido y oportunidad. Por ejemplo (y siempre pongo el mismo): desde que se impuso el modelo mecanicista cartesiano, no dejaba de tener sentido recomendar al hombre-máquina alguna revisión y paso por talleres. Pero no es el caso. Más allá de que Titanic rime con Botànic no ve uno la analogía y, puestos a ver algo, vería lo contrario: fueron los sucesivos gobiernos del PP quienes hundieron la nave, y a los pecios presentes del naufragio me remito. En fin: entiendo la ocurrencia, pero no su oportunidad ni sentido, más allá de que todo gobierno pueda llegar a ser un desastre a partir de los que ya lo fueron.

Creo que Marzá se enfrenta a un verdadero casus belli con la Filosofía. Se lo han recordado por activa y pasiva, perifrástica y aoristo: estuvo bien su compromiso. Mucho mejor que lo cumpla.