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Muerte de un ciclista

La censura franquista, con su habitual ceguera, que fue denunciada con impagable ironía por el maestro García Berlanga, calificó de muy peligrosa y dañina la película Muerte de un ciclista de Juan Antonio Bardem , rodada en 1955 con una espectacular Lucia Bosé y un magistral Alberto Closas en aquel blanco y negro impecable de nuestro mejor cine de los cincuenta. La ocultación de un atropello con resultado de muerte de un ciclista, y la ocultación de un triángulo amoroso eran demasiado para los fustes de aquella censura de la época.

¿Qué hacemos hoy? Porque no es que los triángulos amorosos hayan pasado de modo, nada más eterno y repetido, y qué decir de las muertes de ciclistas en estos últimos tiempos.

Pero todo es infinitamente más vasto y obsceno que en la maravillosa película de Bardem. Los ciclistas va cayendo muertos en nuestras carreteras, Oliva en la Marina parece sufrir una auténtica maldición, fruto de la barbarie de unos conductores ebrios, drogados o ebrios y drogados que no tienen el menor empacho en salir huyendo dejando tras de sí un reguero de muertos.

La barbarie social imperante va subiendo de todo sin que para nada parezcan servir las medidas que se dicen hay que pensar y comenzar a tomar. Y digo que de nada sirven, no porque no se tenga buena voluntad con ellas, sino porque ni siquiera las más coercitivas y punitivas ,por las que yo estaría absolutamente de acuerdo, serían suficientes para erradicar el pavoroso problema. Lo cierto es que esta sociedad no parece querer reconocer las lacras reales que tiene sobre sí misma. Y el alcoholismo de fin de semana, es decir el alcoholismo de todo el año, y la drogadicción de fin de semana, es decir la drogadicción de todo el año son, eso, permanentes.

Se me dirá que son problemas de difícil diagnóstico y tratamiento. Y es cierto. Pero lo que indican es una paulatina obscenidad social que, como en tantos otros aspectos de la vida pública, se va cobrando sus víctimas. Hemos convertido nuestras ciudades, nuestras carreteras en trampas mortales para los más débiles. Y los más desprotegidos. Los niños, los ancianos, las personas enfermas y que precisan cierta serenidad, las personas deprimidas, ausentes, o que ya no son eminentemente productivas . Es decir, hemos convertido la «civitas» en selva.

Y en la selva parece ser que rige la eterna ley del más fuerte. Y nosotros estamos tan tranquilos porque siempre pensamos que somos los más fuertes, hasta que la fragilidad inherente a toda vida humana, de golpe y con algún que otro sobresalto nos indica que hasta aquí se llegó.

Tampoco estoy amparando el comportamiento de tantos ciclistas, en este caso de la ciudad de València, que han decidido aprovechar las circunvalaciones del carril bici , que debería haberse ido aprobando poco a poco y con voluntad de acuerdo en lugar del ordeno y mando habitual del Sr. Grezzi, que van atropellando peatones por las aceras o perros, como es mi caso ya en repetidas ocasiones, porque van por dónde la voluntad, la gana o las gónadas les indican que es oportuno y conveniente. Nunca el supuestamente inferior, ni el pretendidamente maltratado socialmente deja de reproducir los peores vicios y mecanismos coercitivos que sobre él se han ejercido, sólo que a eso le llaman obscenamente ejercidio de «derechos» adquiridos.

Pero no puede continuarse con esta cruenta cuenta de muertos en bicicleta por nuestras carreteras. Como no puede continuarse mucho tiempo con esta obscenidad social que consiste en que todo el mundo hace lo que le da la gana. Como si «la gana» le diera a uno reflexiva en lugar de brutal y pendenciera.

En democracia, si es que pretendemos seguir viviendo en algo parecido a tal nombre, uno no hace lo que le sale de los genitales, sino que lucha porque su acción se ajuste en lo posible a aquello que le es debido.

¿Hay alguien hoy que entienda este aserto ético y moral proviniente de Montesquieu y Kant? ¿Hay alguien a quién le importe?

Porque ese es el principal problema de convivencia con el que nos enfrentamos en nuestras sociedades posverdaderas, posmodernas y postodo. ¿Tendríamos que pensar?, digo yo. Y ustedes perdonen.

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