Estaba llamada en su discurso a destruir, pero ha acabado por edificar un argumento ciclópeo contra el gobierno del PP. Estaba llamado a mostrar su idoneidad para la gobernabilidad de España, pero ha acabado defenestrado. Así son las mociones de censura. Te pueden salir por la coleta, digo por la culata. Ya tras la primera sesión, aun a falta de una jornada apasionante: Iglesias/Ábalos, pero sobre todo, atención, Iglesias/Rivera, se podría proclamar que Pablo Iglesias ha perdido no sólo el debate, sino su poder en Podemos. Y su alternativa me temo que ya no es Íñigo Errejón, sino Irene Montero.

A estas alturas, después de su presentación de la moción sin esperar a ver qué ocurría en el PSOE, sin atender a los errejonistas que le pedían prudencia ni a los de Compromís que le pedían retirada, después de la ironía sobrada de Rajoy, de los repasos sin paliativos que le han dado el vasco Estebán y la canaria Oramas, y también después de las sumisiones un tanto vergonzantes del valenciano Baldoví y del catalán Tard á, que Pablo Iglesias todavía se oponga a cualquier combinación alternativa de gobierno que incluya a Ciudadanos sólo puede indicar una cosa: camina digno hacia su sepultura (política). Irene Montero, por lo menos, no ha mencionado este veto. Por eso creo que el futuro en Podemos es suyo a poco que sepa posicionarse.

Por supuesto, el debate no lo gana ni Rajoy ni Iglesias. El debate lo gana por ausencia debida Pedro Sánchez. Nunca el bucle del destino podía presentarle su cara más amable. No aquella infame flor que le atribuyó el repelente Pablito cuando ya se veía vicepresidente, sino su renuncia valiente -y obligada, es cierto- al acta de diputado para no alimentar la abstención a Rajoy. Aquella dimisión ha acabado a su favor. Y hoy, Sánchez, sin credencial de diputado, flota áuricamente sobre el hemiciclo como la única posibilidad real de concitar una alternativa al partido que reúne los mayores casos de corrupción en un solo período de la historia de España.