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El asalto al poder

La izquierda se lamenta de no permanecer unida para poder llevar a cabo el asalto al poder de las fuerzas progresistas del cambio. Ni siquiera esa aspiración actúa como pegamento. ¿Por qué?, se preguntarán. En primer lugar, la izquierda ha empezado por no tener claro quién es el líder, quién representa la hegemonía. Nadie habla de lo que necesita España, salvo para concluir que España no necesita a Rajoy. A nuestros políticos habría que devolverles el interrogante que John F. Kennedy planteó en su discurso inaugural del 20 de enero de 1961 refiriéndose a los ciudadanos americanos. No se trata de lo que el país pueda hacer por vosotros, sino de lo que vosotros podéis hacer por el país. Hasta ahora, y desde hace más de un año, con una legislatura suspendida y otra condicionada por el débil equilibrio parlamentario, España ha sido lo de menos para los líderes de los partidos, ensimismados en sus problemas y en sus estrategias de acoso. Nadie se ha ocupado de ella, como si el único y principal objetivo fuese la voladura del Gobierno y a partir de ahí un nuevo amanecer y grandes soluciones. Pero ¿cuáles son? ¿Cabe algo en la cabeza de alguien que pueda beneficiar al común? Cuando los líderes de los partidos políticos de la izquierda le piden al pueblo que les otorgue la confianza que ellos, preocupados por sus luchas intestinas, son incapaces de transmitir, están desistiendo del país y relegando a un segundo plano la naturaleza misma de su función. Últimamente, Sánchez e Iglesias, Iglesias y Sánchez, invocan el entendimiento portugués olvidándose de que en el pasado inmediato despreciaron cualquier posibilidad de acuerdo. Las prisas y la ambición les llevan a olvidar también las razones de fondo que separan a la izquierda española, que en Portugal, en cambio, no existen.

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